Desde los eventos del 11 de septiembre, el enfoque ha estado sobre la religión como posible causa de divisiones y conflictos. Los gobiernos quedan divididos entre sí sobre la mejor manera de tratar a las libertades religiosas y las minorías religiosas dentro de sus fronteras. Espero que ninguno de ellos siga el ejemplo de Francia.
El gobierno francés ha decidido que cualquier forma de simbolismo religioso en las escuelas contraviene a la separación entre iglesia y estado - el secularismo que es uno de los principios fundamentales de la república francesa. Entre los símbolos religiosos prohibidos en las escuelas por una ley pasada el mes pasado son los pañuelos o mantillas musulmanes para la cabeza, los “yarmulkes” (gorros) judíos, y los turbantes de los Sikhs.
Tomado en si mismo, esto parece buena idea a muchos de nosotros, especialmente aquí en EEUU, donde la línea entre iglesia y estado se ha borrado más y más bajo la administración Bush. Sin embargo, esta decisión no fue tomada simplemente para fortalecer al secularismo francés.
Se estima que un 11 por ciento de la población francesa es musulmán. Para ponerlo en perspectivo, de acuerdo al censo norteamericano, el 13 por ciento de la población de EEUU es afronorteamericana. Claramente, los musulmanes constituyen una minoría significativa en Francia.
El año 2004 marca el aniversario XX de las marchas y manifestaciones de 1984 por inmigrantes predominantemente musulmanes, pidiendo igualdad de derechos y ciudadanía en Francia. Este año, habían manifestaciones en Francia y alrededor del mundo protestando el pasaje de esta nueva ley, haciendo eco de muchas maneras al mensaje de hace dos décadas.
El lenguaje usado por algunos políticos franceses para describir a esta ley no es el lenguaje de la igualdad ni del secularismo; es el lenguaje de apaciguamiento a la ultraderecha. El ex ministro de Educación encargado de la comisión que recomendó a la nueva ley dijo que hay “sin duda ninguna, fuerzas en Francia que tratan de desestabilizar a la república, y ya es hora que reaccione la república”. Lo cierto es que ni muchachitas escolares en velos ni jóvenes judíos con gorros van a desestabilizar a la gran nación francesa. Queda claro que mucho más está pasando aquí.
Se pueden oír perjuicios ligeramente velados expresados por partidarios no políticos de la ley también, como la filósofa francesa Elisabeth Badinter, quien dijo, “No puedes denunciar lo que ha estado pasando en Afganistán mientras toleras al velo en Europa – aun si las mujeres declaran que lo llevan voluntariamente”. De repente, esta ley deja de tener de ser sobre el secularismo, y vuelve a ser un modo para igualar a musulmanes tradicionalistas en el occidente con los talibánes y el extremismo islámico.
El mensaje silencioso de muchos es que el occidente tiene que “salvar” a estos niños extraviados. En realidad, esta legislación bien puede llegar a tener un efecto opuesto a lo declarado, empujando a jóvenes musulmanes fuera del sistema escolar público francés por completo, y a las escuelas religiosas, así dañando a la misma integración que pretende ayudar.
No es coincidencia ninguna que esta ley fue pasada poco antes de las elecciones regionales en Francia, y un año antes de las elecciones nacionales. La inmigración es cuestión de gran importancia en Francia, y desde el 11 de septiembre, los musulmanes en especial han llegado a ser blanco fácil de oportunidad. La población musulmana de Francia es generalmente pobre, los hijos y nietos de gente que migraron de las ex colonias francesas a Francia a trabajar como obreros manuales. Las familias de estos obreros todavía luchan contra la misma pobreza y la discriminación que sufrieron ellos mismos. Es demasiado fácil echar la culpa a un grupo marginado así.
En 2002, Jean Marie le Pen provocó gran preocupación dentro del mundo político francés ganando casi el 17 por ciento de los votos en las elecciones presidenciales y calificándose para la segunda ronda de votación. Le Pen, líder del Frente Nacional Francés, es un fanático racista descarado que ha calificado a las cámaras de gases de los nazis como “un puqueño detalle de la historia”, y ha declarado que, “Sí, creo en la desigualdad de las razas”. En 2000 Le Pen fue expulsado del Parlamento Europeo por agredir a un candidato socialista francés en las elecciones franceses de 1997.
En 2002 también hubo un atentado a mano armado contra el presidente Jacques Chirac por parte de un pistolero ligado a grupos neo-nazi.
El hecho que un grupo tan ultraderechista como es el Frente Nacional pueda ganar tanto apoyo en Francia, hasta llegar a ser el segundo partido político más grande del país, subraya a las profundas divisiones que existen dentro de la sociedad francesa, y a los profundos perjuicios y falta de confianza mutua entre sus distintas comunidades. Tampoco es coincidencia que el lenguaje empleado por políticos más centristas para describir a la ley secular hace eco a las declaraciones de Le Pen, a quien siempre le encanta denunciar a “la promoción del islam en nuestro país, con su larga tradición cristiana”.
Al presidente Chirac le conviene poner mucha atención a las palabras de Trevor Phillips, presidente de la Comisión por la Igualdad Racial del Reino Unido. Escribiendo recientemente en el diario Guardian, Phillips se dirigió a la esperanza de algunos, de que “apaciguar al racismo lo hará desaparecer”. Pero, como luego dice él, “es una bestia con un hambre insaciable”.
Cian Dolan es miembro de la Liga de Jóvenes Comunistas y activista comunitario.
¿Qué hay tras prohibición pañuelos en Francia?