150 aniversario del natalicio de José Martí

¿Por qué recordar a un hombre, luego de 150 años de haber nacido? Y Porque hay hombres y mujeres que trascienden los límites espacio-temporales e, incluso, por su luz alcanzan mayor relieve cuando sus ideas se conocen en otras épocas.

Eso sucede con José Martí, el Apóstol de la independencia de Cuba, y también el mayor escritor de la lengua nacido en el archipiélago antillano, hace ya siglo y medio, en el universo íntimo de su familia, en un modesto hogar de españoles, ella canaria y él valenciano, enclavado a unos metros de la bahía de La Habana.

José Martí es de esos hombres solares que trascienden su contexto y cuya vigencia nos permite alimentarnos de sus obras, y hallar incluso en aquella profusa papelería suya, edita en la prensa hispanoamericana de la segunda mitad del siglo XIX, ideas, teorías, apuntes para esta centuria, la del XXI.

La paradoja no se reduce a la literatura. También puebla la realidad social, económica, política, educacional y cultural de los pueblos de la América nuestra, la que se extiende dolorosamente desde el Río Bravo hasta la Patagonia y cruza sobre el mar, sobre el rosario de islas del Caribe: “porque es la verdad, que ha llegado para la América española la hora de declarar su segunda independencia.”

Tal idea, publicada el 2 de noviembre de 1889 en una crónica, en el diario bonaerense La Nación, había nacido de la pluma del periodista que evaluaba el desarrollo del primer Congreso Internacional de Washington, cónclave al que acudieron las naciones independientes, entonces, de América Latina y el Caribe.

Fueron invitadas por el gobierno de los Estados Unidos, regido también, en aquellos años, por el partido republicano, y representado en la reunión por su secretario de Estado, James G. Blaine, de explícita vocación imperial y anexionista.

Era el diseño de una política que se ha ido perfilando, y desarrollando agresivamente hasta nuestros días, semillero del perfil del ALCA, donde ya se manifestaba, como lo apuntase críticamente José Martí en aquella crónica:

“... la política secular y confesa de predominio de un vecino pujante y ambicioso, que no los ha querido fomentar jamás, ni se ha dirigido a ellos sino para impedir su extensión, como en Panamá, o apoderarse de su territorio, como en México, Nicaragua, Santo Domingo, Haití y Cuba, o para cortar por la intimidación sus tratos con el resto del universo, como en Colombia, o para obligarlos, como ahora, a comprar lo que no se puede vender, y confederarse para su dominio.”

La teoría política y económica del intercambio desigual, la diferencia de tecnologías y de recursos financieros, la puja por adueñarse del mercado y de las riquezas materiales de los países latinoamericanos y caribeños fueron claramente denunciadas, con vista de águila, por el prócer cubano.

Esgrimía su condición de periodista y, sobre todo, de patriota de América, urgida como estaba su propia tierra natal, todavía colonia española, de acometer la empresa libertadora para alcanzar su independencia.

Y asimismo de contribuir, con su independencia, al equilibrio del orbe, en el cruce del comercio, el intercambio de la cultura, el diálogo con el mundo y no con una sola parte de él, en la llave del Golfo.

Si Cuba es deudora de su padre fundador, del mayor exponente de su ideario de liberación e independencia nacionales, también nuestra América está en deuda con el apóstol José Martí, veedor profundo de los peligros que ya se comenzaban a expandir sobre nuestras sociedades:

“¿A qué ir de aliados, en lo mejor de la juventud, en la batalla que los Estados Unidos se preparan a librar con el resto del mundo? ¿Por qué han de pelear sobre las repúblicas de América sus batallas con Europa, y ensayar en pueblos libres su sistema de colonización?”

Más de un siglo ha transcurrido desde la escritura de aquellas crónicas martianas, pero la realidad no ha desdicho su denuncia, sino que la ha confirmado con patética crudeza y mayores complejidades.

Constituye el diseño de una política donde la independencia económica se anula, y la soberanía pasa a ser un simple artificio, un edulcorante de buenas maneras en el convite universal, y se patentiza, con dramática urgencia, con la próxima materialización de esas teorías geopolíticas:

“... de un pueblo criado en la esperanza de la dominación continental, a la hora en que se pintan, en apogeo común, el ansia de mercados de sus industrias pletóricas, la ocasión de imponer a naciones lejanas y a vecinos débiles el protectorado ofrecido en las profecías, la fuerza material necesaria para el acometimiento, y la ambición....”