LA HABANA (Prensa Latina) – América Latina, incluido el Caribe, se encuentra llena de infantes que pueblan sus avenidas. Ellos son conocidos como los niños de la calle y se calcula que ascienden a 40 millones.
Los hay que tienen donde vivir, pero dejan de asistir a las escuelas para ayudar a las familias, por lo general habitantes de casas de cartón y metal en las villas miseria, y carentes de las más elementales instalaciones higiénicas.
Con independencia de su sexo, abandonan los hogares debido a la violencia en el seno de la familia o su desintegración, la adicción a las drogas legales o ilegales por padres o tutores y, diversas situaciones por el estilo que tienen como punto de partida la pobreza. Es frecuente que los menores se vean en la necesidad de huir, cuando la madre vuelve a comprometerse con alguien que le ofrezca garantías económicas, pero rechace a los hijos.
La figura del “padrastro” crea disímiles conflictos y a veces, por muy doloroso que sea, la mujer se ve obligada a elegir entre el nuevo marido -que significa seguridad- y los hijos. Estos se van de la casa, como muestra de rebeldía y para poner fin a los abusos consentidos por la progenitora.
En principio sólo piden limosnas o buscan trabajo. Luego se unen a otros, que como ellos, no encuentran donde laborar por las elevadas tasas de desempleo, y al final se convierten en vendedores de chucherías explotados por adultos que los utilizan. Luego van degenerando, empujados por el medio, y se dedican al hurto u otras acciones delictivas, incluida la prostitución, en muchos casos sin distinción de género. En su abandono, los niños y niñas de la calle carecen de simpatía. Se convierten en parte del paisaje citadino, y la gente, en su mayoría, los asume como algo natural.
Pero hay un sector de la sociedad que los rechaza, al considerarlos un peligro real (afean sus comercios), o potencial, pues -dicen-, dada la forma en que se ven obligados a vivir, serán futuros delincuentes. Comerciantes, industriales y “personas” que ocupan sitiales privilegiados en varios países forman parte de agrupaciones no registradas como legales, y salen durante las madrugadas a cazar a los infantes sin hogar, como si fueran ratas.
Tres países del subcontinente son identificados entre los que se desarrolló con más frecuencia el asesinato de menores a sangre fría: Brasil, Colombia y Guatemala, y a ellos se incorpora hoy Honduras, donde, según los observadores, este tipo de práctica ya está establecida. Cuando no encuentran otra forma de ganarse la vida, niñas y niños de la calle convierten sus cuerpos en la única mercancía posible de ser vendida. Aunque los gobiernos lo saben, no existe la necesaria voluntad política para atacar ese mal de raíz, según denuncian grupos defensores de los derechos de la niñez.
A pesar de que, constantemente, esos hechos se denuncian en foros internacionales, aquellos que pueden eliminarlos hacen oídos sordos. Los gobernantes, quienes tienen el deber de velar por la niñez, no quieren reconocer -por ejemplo- que el cinco por ciento de la población infantil portadora del VIH, adquirió el virus del SIDA mediante el abuso sexual o la prostitución.
Esta última va aumentando día a día, porque en un principio eran más los niños que las niñas dados a esa desesperanzadora vida. Pero con el tiempo, ellas incrementaron su presencia en calles y avenidas. El denominado más antiguo de los oficios tampoco distingue ya entre las edades, y es posible encontrar ejerciéndolo a pequeñas de hasta ocho años, según denuncias de organizaciones no Gubernamentales, en documentos presentados en reuniones y congresos internacionales.
Estos pequeños marginados son también objeto de comercio en sí mismos, no solo como esclavos que laboran por el alimento, sino para obtener sus órganos vitales y venderlos a personas con suficiente dinero, cuyos hijos están necesitadas de trasplantes. La explotación de niños y niñas de la calle por quienes les obligan a vender su sangre, les abre una nueva puerta de escape a estas criaturas, cuyas necesidades -llevarse el pan a la boca- les impiden comprender lo peligroso de la acción.
Así andan 40 millones de niños de la calle en Latinoamérica y El Caribe, expuestos al peligro del tránsito, al hambre como triste compañera, a las enfermedades y a la muerte, que siempre anda pisándoles los talones.
América Latina: 40 millones de niños en la calle