Bolivia – Otro volcán en Latinoamérica

BUENOS AIRES (Prensa Latina) – Y Bolivia ardió. Era previsible que sucediera la rebelión popular porque al parecer el Fondo Monetario Internacional (FMI) y los hombres de la embajada de Estados Unidos, activos y militantes en contra de la voluntad popular de los bolivianos, no entendieron el momento que se estaba viviendo.

Ya los espejos y espejitos se habían resquebrajado desde que América Latina miró el dramático espectáculo de Argentina, país absolutamente depredado por los planes fondomonetaristas impuestos por traidores locales. “No va más” fue una frase pronunciada por muchos de los manifestantes bolivianos.

La cronología de los sucesos no comienza recientemente con la brutal represión y militarización de la protesta que durante dos semanas, a partir del 13 de enero, mantuvo al país en vilo, sino que en un recuento sobre lo sucedido en Bolivia en la última década se puede advertir que la rebelión y resistencia popular no se ha dado tregua, como sucedió a través de toda la historia de ese país, que una buena parte de la prensa del mundo se empeña en olvidar.

Pero la militarización y la forma represiva adoptada en las acciones de enero pasado, con asesinatos de casi dos decenas de manifestantes en los bloqueos, la cantidad de heridos y el trato dado a los detenidos, presagiaba momentos como los actuales. Y volvía a colocar a las fuerzas armadas en función de reprimir los conflictos internos, que es la idea central de Washington.

“El impuestazo dispuesto por el presidente, Gonzalo Sánchez de Losada, fue un plan premeditado gubernamental para propiciar un autogolpe como dicen las dirigencias opositoras”.

Todo indica que el mandatario, que habla con dificultad el español, porque pasó su vida como empresario en Estados Unidos, debía suponer que cuando aún no habían acabado los ecos de los sucesos de enero y las mesas de diálogo comenzaban a mostrar la poca voluntad oficial para lograr acuerdos, dentro de la debilitada democracia dependiente de la dictadura global, iba a ser muy difícil apretar aún más el cuello de los bolivianos.

¿Por qué lo hizo? Algunos análisis estiman que calculó que había debilitado la posibilidad de movilización popular por los diálogos y que por esa razón iba a lanzar su batería de medidas una tras otras para evitar la reorganización rápida de la población.

Otros piensan que ante las evidencias de la realidad el plan era precisamente llevar a un autogolpe, con la complacencia de sus aliados después que lo que queda de lo que fue el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) coincidiera con lo que también fuera el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), y los ultraderechistas que los secundan en que el caos “requiere orden y disciplina”.

Otro factor entró en juego con fuerza y fue la antigua diferencia que existe entre fuerzas policiales y militares, que ya han tenido sus picos de estallido en otros momentos.

El “impuestazo” que se apoderaba de una buena parte de los magros salarios sacudió a las fuerzas policiales, que decidieron una especie de huelga de brazos caídos, acuartelándose.

El presidente optó inefablemente por la represión directa del ejército. No fue sólo una actuación de intimidación sino de acción. Tiros de armas de guerra del ejército contra gases lacrimógenos y la utilización militar de los francotiradores sembrados en los techos de las zonas bajo su control y que dejaron la mayor cantidad de víctimas.

Y entonces esto recuerda otros momentos en la historia latinoamericana, como las acciones que utilizó el ejército de la dictadura salvadoreña en los años 80, dispersando francotiradores que produjeron una masacre desde los techos alrededor de la catedral de la capital de El Salvador, durante la despedida de los restos de Monseñor Oscar Arnulfo Romero, asesinado por su defensa del pueblo.

Y más recientemente los grupos opositores venezolanos en sus dos acciones golpistas utilizaron francotiradores para diversas acciones criminales contra el gobierno del presidente Hugo Chávez, elegido por la voluntad mayoritaria del pueblo de Venezuela.

Ya sea para actuar contra un gobierno democrático, como en este caso, o para reprimir al pueblo como en Bolivia, estos “francotiradores” de la Guerra de Baja Intensidad planeada por Washington para este período de América Latina, deben ser una señal de advertencia para la región.

Porque esto no es simplemente una estrategia militar, sino que tiene otras connotaciones y otras manos externas meciendo esas cunas.

Las imágenes de los sucesos en Bolivia hablan a las claras de la antigua tragedia que vive el país, el mismo al que los colonialistas primeros arrancaron enormes riquezas, al que otras guerras colonialistas dejaron sin salida al mar y sin grandes extensiones de tierras, pero también hay que hablar del país que resistió una y otra vez, como se ve en estos tiempos.

Nuevamente el pueblo de Bolivia fue protagonista en sus levantamientos contra las injusticias que llegan ahora no sólo por las imposiciones inmorales e inhumanas del FMI al precio de verdaderos genocidios, sino por los planes de militarización, alentados por la guerra sin fronteras y sin fin que propone Washington en su avance fascista sobre el mundo.

La virtual guerra que vivió La Paz, y que luego se extendió a todo el país, conmocionado por la situación límite a la que se ha sometido al pueblo, es parte de un proyecto que es necesario detener ya y ahora.

América Latina, la de las décadas perdidas por la deuda, la sometida y castigada, que una y otra vez emerge no puede tolerar un tiempo más de esta situación. El genocidio del antiguo colonialismo unido al de los siglos XIX y XX, ha dejado millones de víctimas en la región.

Bolivia tiene muchas cicatrices en su historia, muchas imágenes de gloria y muchas traiciones. Nunca cerraron las heridas de las guerras injustas de fines del siglo XIX y del XX, cuando por los intereses del imperialismo británico en el salitre de Antofagasta, llevaron a la guerra del Pacífico sur (1879-1883), con el uso del ejército prusiano de Chile (antecedente de los Pinochet y cía) contra Bolivia y Perú y por la otra la pelea por territorio de transnacionales del petróleo extranjeras produjeron la cruel guerra entre dos pueblos pobres: el boliviano y el paraguayo (1932-1935).

En ambos casos Bolivia perdió su salida al mar a manos de Chile y luego las tres cuartas partes del territorio chaqueño. Y como si algo faltara vendría más tarde la cesión de zonas amazónicas a Brasil.

Todo eso fue engendrando un fuerte anticolonialismo y antimperialismo y la emergencia de los sectores sindicales y campesinos daría lugar al nacimiento del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), que en 1952 encabezó la enorme insurrección popular que llevó al gobierno a Víctor Paz Estensoro.

Fue el tiempo de la reforma agraria, del voto universal, de las nacionalizaciones de las minas de estaño en manos de la “rosca” una unión de una familia explotadora de Bolivia (los Patiño) con grupos externos. Y también fue el momento de la reestructuración de las fuerzas armadas hasta entonces bajo mando de esa oligarquía y también del surgimiento de las milicias obreras y campesinas.

Pero allí estaba Washington para cortar los sueños, con la misma beligerancia con que está en estos días actuando abiertamente en el país. Y Paz Estensoro sería derrocado en 1964.

Y sólo siete años después, y desafiando a uno y otro gobierno, que se sucedían vertiginosamente, otra vez resurgió el pueblo con la llegada del general Juan José Torres (1970-1971) al gobierno derrocado por el cruento golpe militar encabezado por el general Hugo Bánzer.

Este, con el apoyo de Estados Unidos, instauró una cruenta dictadura de “seguridad nacional” y Bánzer fue una de las cabezas de la criminal Operación Cóndor en la coordinadora de la muerte de las dictaduras del Cono Sur. Precisamente el general Torres fue una de las víctimas asesinado en Buenos Aires en ese esquema represivo.

Todo esto relatado a vuelo de pájaro muestra una historia de golpes y nuevos golpes, mientras se iban erosionando los antiguos movimientos y el retorno del MNR fue para traicionar el pasado y llevar adelante el proyecto neoliberal a sangre y fuego, lo que nunca pudo imponerse del todo por la resistencia permanente del pueblo boliviano que acumula muchas víctimas en estas décadas.

Este pueblo ha escrito páginas conmovedoras en la historia de América Latina. ¿Cuántas veces se levantó en demanda de justicia? Tantas como lo ha hecho en estos últimos años de marchas, bloqueos, movilizaciones.

En el 2002 ese mismo pueblo indígena, campesino, con una clase obrera activa llevó a uno de sus representantes (el líder Evo Morales) a la puerta de la presidencia, contra todo el poder económico y la presión de Washington.

Los grupos congresales en mayoría, dominados por Estados Unidos decidieron que Sánchez de Losada, cuyo anterior gobierno (1993-1997) se fue casi corrido por la rebelión popular, regresara a la escena.

¿Pero cuanto pasó desde entonces en Bolivia y en la región? El presidente subió débil y rodeado por la indignación popular de ver como su candidato natural era despojado de un triunfo electoral que le correspondía.

Estos seis meses han gastado al mandatrio más que si hubiera gobernado años. El FMI, a pesar de las imágenes y de más de 24 muertos en 48 horas, continuó insistiendo para que el gobierno mantenga sus medidas tendientes a “disminuir el déficit” del nueve al seis por ciento, cuando ya el presidente optaba por dar un paso atrás.

El propio gobierno había solicitado disminuir en forma gradual el déficit fiscal durante los próximos cinco años. Pero para el FMI las muertes y masacres populares son parte de su criterio de cómo se deben manejar los asuntos en nuestra América. Hasta la Confederación de Empresarios Privados de Bolivia, había insistido en la necesidad de ponerse firme frente a las demandas fondomonetaristas.

Y ahora todo muestra el volcán en erupción y como se sabe las lavas son indetenibles en los fenómenos de la naturaleza y en los sociales.

El pueblo de Bolivia y su supervivencia está bajo amenaza y América Latina debe responder con solidaridad.