SANTIAGO DE CHILE (Prensa Latina) – Una fecha: 11 de septiembre, dos años: 1973 y 2001, un acontecimiento: el dolor y la muerte de ese día cambiaron el curso de la historia en las últimas tres décadas.
El martes 11 de septiembre de 1973 fue bombardeado el Palacio de Gobierno de La Moneda, en Santiago de Chile.
Por azar, el sorpresivo ataque lo protagonizaron pilotos chilenos, con el aval de la CIA, la agencia de inteligencia del país que 28 años después, y también un martes, sufrió su más duro golpe terrorista desde el aire.
Posiblemente los fanáticos que estrellaron los aviones contra las Torres Gemelas de Nueva York y el Pentágono, en Washington, desconocían que en la misma fecha, pero años atrás, una sede gubernamental, icono de identidad de un país sudamericano, recibió impactos de bombas lanzadas desde el espacio.
Más allá de sentimientos y condenas al ataque contra los símbolos del poder financiero y militar de la potencia del norte, la historia mundial nunca debiera minimizar el bombardeo a La Moneda que ahogó en sangre el gobierno constitucional del presidente Salvador Allende (1970-73).
Sin ánimos de comparaciones, ambos sucesos (de 1973 y 2001) alteraron el orden, arrebataron vidas y miles de familias heredaron seres desaparecidos.
Preocupa que ahora en Chile la tragedia más recordada sea la del World Trade Center y el Pentágono. Desde inicios de este mes las estaciones televisivas anunciaron una parrilla programática, días antes y después del 11 de septiembre, dedicada al ataque de los aeropiratas.
Varias televisoras chilenas se jactan de poder transmitir reportajes de cadenas norteamericanas referidos al suceso y por el momento ninguna promueve un espacio para recordar, o al menos despertar, la memoria de días marcados en negro en la historia nacional.
Estos canales podrían informar que antes de la caída de las Torres Gemelas, otros actos terroristas, incubados en propio territorio norteamericano, habían enlutado al pueblo de Pablo Neruda.
Por documentos recientemente desclasificados dentro del marco de un proyecto sobre Chile, ordenado por el ex presidente estadounidense William Clinton, se reconoce que la CIA sabía de actividades terroristas internacionales y que posiblemente las respaldó.
El 30 de septiembre de 1974, el general retirado chileno Carlos Prats, quien precedió a Augusto Pinochet como comandante en jefe del Ejército, fue asesinado junto a su esposa, Sofía Cuthbert, en el barrio Palermo de Buenos Aires, donde se había exiliado.
Un años después, agentes de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA), policía política de la dictadura (1973-90), dejaron gravemente heridos al dirigente demócrata-cristiano Bernardo Leighton y su esposa, Anita Fresno, en Roma.
Miembros de ese mismo organismo también hicieron detonar una bomba, el 21 de septiembre de 1976, en el auto del ex canciller chileno Orlando Letelier y su asistente, Ronni Móffit, a pocas cuadras de la Casa Blanca.
Estos atentados fueron vinculados a la primera red terrorista internacional conocida como Operación Cóndor.
Durante la década del 70, ese programa de coordinación de los organismos de inteligencia de las dictaduras de Argentina, Chile, Brasil, Paraguay, Uruguay y Bolivia reprimió a miembros de la izquierda en la región y dejó decenas de víctimas.
La descalcificación de documentos desnudó la red de operaciones militares y de inteligencia en el Cono Sur, con la asistencia y colaboración de la CIA.
Pero, cual boomerang, muchos de los actos que financió Estados Unidos regresaron hoy a su territorio, donde el temor, la desilusión y la desconfianza se apoderaron de la tranquilidad y la vida.
En este contexto, el día antes de los ataques en Nueva York y Washington, la familia del asesinado general chileno René Schneider presentó una demanda civil contra el ex Secretario de Estado Henry Kissinger y el ex director de la CIA Richard Helms ante la Corte Federal de Washington.
Los acusadores basan su querella en documentos desclasificados obtenidos por el National Security Archive bajo el Acta de Libertad de Información.
Estos textos señalan que tras la elección de Allende en septiembre de 1970, Kissinger autorizó un plan de la CIA para fomentar un golpe militar y así evitar que el candidato socialista asumiera el poder en noviembre de ese año.
La insistencia de Schneider, quien fungía como comandante en jefe del Ejército, de respetar el resultado de las urnas y la Constitución aceleraron su asesinato, que se perpetró el 22 de octubre.
A las claras, prevalece suficiente documentación que demuestra la intervención directa de Kissinger en la asonada en Chile y sus nexos con régimenes castrenses del subcontinente.
Resulta revelador el libro The Trial of Henry Kissinger, del periodista británico Cristopher Hitchens, quien en una entrevista con un corresponsal de Página 12 en París sostiene que el ex secretario de Estado y “su equipo idearon el proyecto destinado a asesinar al general chileno René Schneider.”
“Se trata de una atrocidad absoluta y contamos con todos los detalles del atentado planeado por Kissinger y que le costó la vida a Schneider. Hay que decir también que se trata de una atrocidad contra la democracia chilena. Durante 25 años Kissinger impidió que los chilenos eligieran a su presidente,” dijo el investigador.
La verdad sobre las estrechas relaciones que mantuvo el gobierno norteamericano y la dictadura chilena también se conoció luego de publicarse un escrito secreto que registra la conversación entre Kissinger y Pinochet.
Los detalles de ese encuentro, ocurrido el 8 de junio de 1976 en La Moneda, salieron a la luz pública gracias al trabajo de la periodista e investigadora estadounidense Lucy Komisar, quien consiguió el permiso de Washington para que el documento fuera desclasificado.
Para algunos analistas, existen paralelos entre el surgimiento de la red terrorista en América Latina y los acontecimientos en el Medio Oriente y Asia.
Osama Bin Laden, acusado por Washington como autor intelectual de los ataques terroristas, se involucró por primera vez en actividades islámicas militantes cuando viajó a Afganistán en los años 80 para luchar con el movimiento mujahedin contra el régimen en el poder de ese país.
De acuerdo con el Libro de Datos del 2000 de la CIA, el mujahedin fue “equipado y entrenado por Estados Unidos, Arabia Saudita, Pakistán y otros.”
Llama la atención que los principales actores (Pinochet y Bin Laden) de los dos trágicos 11 de septiembre se mantienen alejados de procesos judiciales. Ambos fueron colaboradores de la CIA, amigos y después enemigos de Washington.
El ex dictador chileno fue detenido en Londres en 1998, pero se le permitió regresar a su país, donde pudo evadir el banquillo de los acusados.
Mientras que al líder saudita aún se le persigue, pese a que la cacería haya costado unas tres mil muertes de civiles durante los bombardeos contra Afganistán.
Casualmente también la primera de las torres se inauguró un 11 de septiembre de 1973 y ese mismo día Pinochet dejaba caer bombas sobre La Moneda para derrocar al gobierno de la Unidad Popular, legalmente constituido.
Por encima de la merecida condolencia ante las víctimas inocentes de los atentados en Nueva York, el mundo además debe recordar y condenar que tras 29 años, Chile aún no supera el trauma de su ataque terrorista, el mismo que ahora enfrentan los norteamericanos, empeñados en prosperar en medio de la incertidumbre.
La lección para el gobierno de Estados Unidos, involucrado en la creación de redes terroristas internacionales, es mirarse al espejo de la humanidad y reflexionar sobre la globalización del terror.
De lo contrario otros 11 de septiembres derrumbarán más torres de la historia.
El 11 de septiembre que derrumbó las torres democráticas en Chile