MADRID (Prensa Latina) – Dotado de una visión filosófica, política, ideológica e histórica poco comunes, la figura del Osagyefo Kwame Nkrumah continúa suscitando apasionadas polémicas, a casi tres décadas de su muerte.
Aun hoy día las opiniones se dividen entre los que consideran a este gran hombre como el paradigma del africano digno y, los que por el contrario, lo valoran como un impostor, un idealista procomunista y antioccidental, destrozado por el mito de la grandeza y de la infalibilidad.
Un África libre y unida, este fue el ideal de Nkrumah, quien para lograrlo no regateo medios ni sacrificios para si mismo y para su pueblo, quedando inscrita la fecha del 6 de marzo de 1957 con letras de oro en la historia contemporánea de ese continente.
Fue entonces cuando Nkrumah guió a su país hacia la independencia y cambió el nombre de Costa de Oro por el de Ghana, antiguo y rico reino del África Occidental.
Bajo el lema de “África debe unirse o perecer,” Nkrumah amplió las bases teóricas del Panafricanismo, todo lo cual lo llevó a contraer dos matrimonios que simbólicamente cada uno perseguía objetivos determinados.
Como militante de la unidad de ambas Áfricas, el África árabe y el África negro, Nkrumah se desposó con una egipcia y el otro compromiso de trascendencia política fue el asumido con Guinea a finales de 1958 cuando esta ex colonia francesa y Ghana decidieron su unión territorial, fracasada más tarde.
El líder ghanés preconizaba un África unido socialista pues consideraba que el capitalismo era incapaz de asegurar el incremento económico de un país en vías de organización y desarrollo y que el sistema preferible para ese continente es el de una sociedad con estructura socialista.
Los Estados Unidos del África Socialista deberían ser puestos en marcha mediante un gobierno continental supranacional, un mercado común, una moneda africana común y una ciudadanía africana común.
Para Nkrumah, la unidad africana es ante todo política y debía ser conquistada por medios políticos. La expansión social y económica de África solo podía ser realizada dentro de un marco previo de unidad política, considerando inviable el tratar de recorrer el camino en sentido inverso.
De ahí que fuese partidario de la supresión de las soberanías de los estados africanos, oponiéndose a las fronteras artificiales creadas por la colonización.
El ideario nkrumista se convirtió en un verdadero peligro para los enemigos de África, pues consideraban que era inaceptable la aplicación de los principios expresados.
Por ello surgieron los obstáculos a su proyecto de concepción supranacionales y la resistencia de parte de sus colegas jefes de estado africanos, quienes le acusaban de ambiciones personales desmesuradas, de querer ser el presidente de toda África y de inaugurar una nueva forma de colonialismo, esta vez africano.
Y así se organizo una coalición de fuerzas internas y externas reaccionarias que, con el apoyo de los servicios secretos occidentales, le derribaron del poder en febrero de 1966 mediante un golpe de estado militar.
Nkrumah es uno de esos raros profetas que aparecen una vez por siglo. Su muerte –acaecida el 27 de abril de 1972 – ha dejado un gran vacío en África.
El dominó la escena política africana durante más de dos décadas, primero como jefe del movimiento nacionalista ghanés, y, después, como jefe de estado, formando parte del ala más radical y consecuente de toda la ideología panafricanista.
Jean Suret-Canale resume la personalidad de Nkrumah en las siguientes palabras: “hombre de pensamiento y hombre de acción, dirigente político y teórico.
Ni político pragmático, ni doctrinario desvinculado de lo real. Lo contrario de uno y de otro, llegando a la acción por la reflexión teórica, alimentando y corrigiendo dicha reflexión a la luz de la experiencia política”.
Según Jean Ziegler, Nkrumah es el profeta moderno del panafricanismo y de la unidad continental, contra la asimilación y la integración en el universo del dominador. El Osagyefo encarnaba la ruptura fundamental con el sistema de violencia simbólico del colonizador.
Otro ilustre africano, Amilcar Cabral, ponderó a Nkrumah como “el pionero del panafricanismo, el combatiente infatigable, el enemigo declarado del neocolonialismo dentro y fuera de África, el estratega del desarrollo económico de su país, filosofo y pensador” a lo cual agregaría: “que no nos digan que Nkrumah ha muerto a causa del cáncer de garganta o de cualquier otra enfermedad.
No, Nkrumah ha sido asesinado por el cáncer de la traición, cuyas raíces debemos extirpar de África, si queremos eliminar definitivamente la dominación imperialista del continente.
Después de Nkrumah, los africanos han quedado huérfanos, pues África esta más dividida que nunca y el discurso panafricanista solo se conserva a nivel de buenas intenciones y en los debates intelectuales.
La realidad de África, el más dividido de todos los continentes al contar con más de 50 estados con formaciones políticas débiles, mal aseguradas e inmersos en una diversidad de conflictos, avizora que Nkrumah no se había equivocado en sus ideales unitaristas.
El autor es congolés, doctorado en Ciencias Políticas, actual catedrático de la Universidad española de Barcelona y de la congolesa de Lumumbashi.
Kwame Nkrumah: Un paradigma de África