La formación de un objetor por conciencia

El sargento mayor Camilo Mejía, 28 años de edad, de Miami, se metió al ejército en 1995. Después de servir tres años con el ejército, se metió a la Guardia Nacional de Florida, parcialmente porque le prometieron ayuda para estudiar en la universidad. Mejía había llegado a EEUU desde Nicaragua con su madre cuando él tenía 18 años de edad.

Luego, su unidad de la Guardia fue desplegada a Irak en abril de 2003. En los siguientes meses, Mejía vio con sus propios ojos los horrores de la guerra, forzándolo a balancear a sus obligaciones militares con su conciencia.

Cuando no volvió a las filas después de un tiempo de libertad, Mejía se convirtió en uno de los 600 soldados contados como “ausente sin permiso”. El 15 de marzo, Mejía habló en una rueda de prensa en Massachusetts, y luego se entregó a las autoridades militares. Mejía está solicitando status como objetor por conciencia, el primer veterano de la guerra de Irak que a rehusado públicamente seguir sirviendo en las fuerzas militares norteamericanas.

Aquí presentamos extractos de las palabras de Mejía, publicadas por Citizen Soldier, grupo pacifista. Para expresar su apoyo a Mejía y para leer su historia completa, puede ir a www.citizen-soldier.org en el Internet, o llame al (212) 679-2250. Puede Ud. también escribir al Secretario Suplente del Ejército, Les Brownlee, El Pentágono, Washington, DC 22202. Dígale porqué apoya Ud. a los que rehusan regresar como el sargento Mejía, y pida al ejército no formular cargos criminales contra él ni a otros objetores.

El 30 de mayo, mi escuadrilla fue emboscada por primera vez en la parte oriental de Ar Ramadi. Oímos un silbido mientras pasábamos por una zona que era notoria por sus edificios destruidos por las bombas. Luego, estalló una bomba en el camino al frente de nuestro Humvee de vanguardia. Antes de este ataque, yo le había informado a mi escuadrilla sobre lo que yo entiendo como normas de procedimiento operativos (SOP, por sus siglas en inglés), que si sufrimos una emboscada debemos retirarnos “quemando hule,” y devolviendo fuego al mismo tiempo con nuestras armas.

Después de la explosión, nos cayó una lluvia de balas desde los techos de ambos lados del camino mientras nos dirigimos fuera del área.

Una vez regresados a la base, nos pusimos eufóricos que no tuvimos daños personales que lamentar en la emboscada. Mi comandante, oficial ejecutivo y primer sargento pidieron inmediatamente un reporte.

Me preguntaron a mí porqué habíamos huido en vez de quedarnos a pelear. Dije a ellos que el SOP es tratar de huir de una emboscada. Convinieron, pero dijeron que acabábamos de enviar un mensaje equivocado a nuestros atacantes, porque nuestra misión no es huir del enemigo sino matarlos.

La mañana siguiente, nuestro comandante nos pasó la palabra de que de allá en adelante no debemos celebrar nuestros “fracasos”.

Entonces caí en cuenta de que la protección a de tropas no tiene gran importancia para nuestros líderes. Medallas, gloria, y “mandar el mensaje” correcto, todo esto vale mucho más que las vidas de algunos soldados. Esto era más complicado que yo me había imaginado. No solamente tuvimos que tener cuidado con el enemigo, pero también con nuestros propios líderes.

Cuando vi con mis propios ojos lo que es capaz de hacer la guerra a la gente, comenzó un cambio verdadero dentro de mí. He sido testigo del sufrimiento de un pueblo cuyo país queda en ruinas y que sufre aun más humillaciones por las incursiones, patrullas y toques de queda de un ejército de ocupación. Mi experiencia en esta guerra me ha cambiado para siempre.

Uno de nuestros sargentos le dio un tiro a un muchacho pequeño que llevaba un rifle AK-47. Dos otros niños que caminaban con él huyeron mientras el niño herido comenzó a arrastrarse, buscando salvar su vida. Un segundo tiro lo paró, pero todavía estaba vivo. Cuando un iraquí intentó llevarlo a un hospital civil, los paramédicos de nuestra unidad lo interceptaron e insistieron en llevar al muchacho herido a una facilidad militar. Allá, le negaron tratamiento médico porque supuestamente le tocaba a otra unidad el deber de tratar a los heridos de nuestra unidad. Después que otra unidad médica se negó a tratarle al niño, falleció.

También aprendí que el miedo de la muerte tiene la energía para transformar a los soldados en verdaderas máquinas de matar. En un ambiente de combate se vuelve casi imposible las cosas como el actuar estrictamente en defensa propia, o el usar apenas la fuerza suficiente como para parar un ataque.

Cuando fui a casa en licencia en octubre de 2003, eso me dio la oportunidad de poner en orden mis pensamientos y para escuchar lo que me tuvo que decir mi conciencia. Cuando la gente me preguntaba sobre mis experiencias, el contarles sobre la guerra me llevó de nuevo a todos los horrores los tiroteos, las emboscadas, la vez que vi a un joven iraquí arrastrado por los hombros a través de un charco de su propia sangre, la vez que un hombre fue decapitado por nuestro fuego de ametralladora, y la vez que mi amigo le disparó en el pecho a un niño.

El volver a casa me dio la claridad para ver la línea entre el deber militar y la obligación moral. Mis sentimientos contra la guerra me dictaron que ya no podía seguir siendo parte de ella. Seguir a mis principios me llegó a ser incompatible con mi papel militar, y decidí reafirmarme a mí mismo como ser humano deponiendo mi arma.