Las uñas del antiterrorismo destilan petróleo

LA HABANA (Prensa Latino) – El petróleo siempre ha tenido anexado, como el gas acompañante, una fuerte dosis de pólvora desde que en 1850 Samuel Kier, un boticario de Pittsburg, Pennsylvania, lo comercializó por vez primera como aceite de roca.

Aunque causa de muchas guerras desde entonces, el petróleo es indudablemente uno de los elementos que ha contribuido más a la formación del mundo actual y al dinamismo de su desarrollo tecnológico.

Ese aporte no ha sido gratis, pues la sociedad ha tenido que pagar con una conflictiva dependencia de él de tal magnitud que un hecho comercial rutinario como la inestabilidad del mercado internacional y de sus precios, puede provocar, y de hecho ha sucedido, verdaderas hecatombes tanto en el terreno civil como el militar.

En la década de los años 70 del siglo pasado, durante la crisis energética, el mundo se sentó encima de la boca del volcán de la guerra y desde entonces no se ha parado de allí.

Aquella crisis inauguró la era de los precios altos del crudo y la libre fluctuación del dólar cuando el ex presidente Richard Nixon le retiró el respaldo en oro e inundó el mundo de petrodólares, lo que dio origen al remolino de la deuda externa, la cual perdura y no cesa de agravarse y de crecer.

El presidente George W. Bush ha sido fiel a los antecedentes explosivos del petróleo siguiendo así a sus antecesores. Después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, ideó una presunta guerra global contra el terrorismo la cual se entreteje cada vez más con la pugna global por ese sacrosanto oro negro.

Muy pocos dudan ya que la guerra contra el empobrecido Afganistán estuvo empapada en petróleo. Una vez derrotado el Talibán -menos fuerte y temerario de como lo pintaron- quedó una permanencia estadounidense no sólo militar en la región para llevar a cabo otras funciones, incluidas las de inteligencia y petroleras.

Considerando que la Casa Blanca no ha ocultado su interés por tener acceso a las enormes reservas de energía de la cuenca del Mar Caspio, nadie descarta que las tareas de esas fuerzas incluyan la protección del flujo de petróleo y gas natural desde el Caspio a Occidente que transita por oleoductos en esa zona.

Los hechos del 11 de septiembre le pusieron en las manos a Bush la posibilidad anhelada para lanzarse de lleno a la conquista del petróleo y aplicar el Plan Nacional de Energía (PNE) presentado unos meses antes, el 17 de mayo de 2001, en el cual se expresa la estrategia que se está aplicando en estos momentos.

El PNE establece un incremento del 50 por ciento en el consumo de petróleo extranjero. Actualmente el país importa el 53 por ciento de sus necesidades y aumentará al 62 en dos décadas, es decir, que pasará de 24 millones 400 mil barriles diarios a 37 millones 100 mil, algo muy peligroso para los pocos países que poseen ese recurso.

Un catedrático estadounidense especialista en seguridad mundial, Michael T. Klare, advirtió hace poco que para asegurar esa meta la Casa Blanca tendrá que entrometerse en los asuntos políticos, económicos y militares de los países proveedores, ya sea por la vía diplomática, financiera y hasta bélica.

Países productores en Medio Oriente, Asia, Africa y América Latina tienen sobre sí una amenaza a su soberanía. Tal es el caso en esta última región de Venezuela y Colombia, donde hay en curso acciones a favor de un control del petróleo de las transnacionales estadounidenses. Venezuela es el tercer proveedor de crudo de Estados Unidos y Colombia el séptimo. El segundo es México y el primero Arabia Saudita.

Al anunciar el PNE, Bush sostuvo que “los objetivos de esta estrategia (el PNE) son claros: asegurar una oferta continua y económica accesible a los hogares, empresas e industrias estadounidenses”. La seguridad nacional y el bienestar económico del país, dijo, peligran si las reservas de energía no aumentan. Esta última es el corazón de la filosofía geomilitar de Bush.

El problema radica en que en el país más derrochador del mundo, la demanda de energía crece más rápido que la oferta y el déficit siempre será creciente.

La Casa Blanca inserta el tema iraquí como parte de la lucha contra el terrorismo; pero el PNE no oculta mucho su trasfondo petrolero a pesar de que en la propaganda ubican al gobierno del presidente Saddam Hussein en el famoso “eje del mal” y lo acusan de esconder armas de exterminio en masa.

Sobre esto último Hussein invitó incluso a la Agencia Central de Inteligencia (CIA) a encabezar las inspecciones y registrar todos aquellos lugares donde dicen que hay armas ocultas, pero nadie respondió. Es que aunque el antiterrorismo sea el motivo central de la propaganda, el tema es otro. Bush quiere atacar a Iraq se compruebe o no la existencia de armas de exterminio, sea o no parte del “eje del mal” y lo apruebe o no el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Como se preguntaba hace poco una publicación, ¿se estaría dando este debate en torno a la procedencia o no de una guerra en Iraq si el país en cuestión estuviera en el Africa Sub-Sahariana? Claro que no.

El Pentágono ha señalado una docena de países que supuestamente tienen programas de armas nucleares, a 13 con armas biológicas, a 16 con armamento químico y a 28 con misiles balísticos que “amenazan” la seguridad de Estados Unidos. Pero solo contra uno de ellos hay en camino un plan militar de agresión: Iraq. Coincide en que Iraq es también el único que se encuentra ubicado sobre la segunda reserva de petróleo más grande del mundo. Al parecer es difícil obviar el hecho de que el gobierno de Bagdad ha probado poseer reservas de 112 mil millones barriles de crudo, las mayores después de Arabia Saudita. Un senador demócrata, Zell Miller, de Georgia, dijo hace unos días: “Disculpen mi franqueza, pero esta gente (mis constituyentes) también quieren escuchar al presidente y al vicepresidente decir que esta guerra no se trata de petróleo.” Bush hijo trata de hacer lo mismo que Bush padre, aunque las circunstancias no son iguales que 12 años atrás. En esta ocasión Estados Unidos y Gran Bretaña actúan virtualmente en solitario. El canciller alemán, Gerhard Schroeder, sigue firme en no apoyar esa aventura.

Los rusos son reacios, también el gobierno canadiense. China señaló que la cuestión iraquí debe resolverse dentro de las Naciones Unidas. El presidente francés, Jacques Chirac, no quiere imaginar un ataque a Iraq que no esté justificado, y así muchos más. La pregunta que se hacen

muchos a estas alturas no está sin respuesta: ¿atacaría Washington a Bagdad a pesar de no contar con el consentimiento de sus aliados? El jefe del Pentágono, Donald Rumsfeld, dejó claro que “es menos importante lograr unanimidad que decidir lo correcto”. Se sabe qué es lo “correcto” para ellos.

El 17 de septiembre de 2002, el gobierno de Bush dio a conocer su “Estrategia para la Seguridad Nacional de los Estados Unidos de América”. El documento justifica política y teóricamente la enorme expansión del militarismo estadounidense, y declara formalmente lo que rige la política del gobierno de Bush: el “derecho” a usar la fuerza militar en cualquier rincón del mundo, cuando le de la gana, contra cualquier país que considere amenaza a sus intereses.

El 23 de octubre pasado Bush firmó un proyecto de defensa de 355 mil 400 millones de dólares para el año fiscal 2003, el mayor desde la guerra fría, y la justificación interna fue prepararse para una posible guerra contra Iraq, la cual, como se ve, está comprendida en esa filosofía de fementido brillo antiterrorista que destila petróleo por todas sus uñas.