El desafío que enfrentaba al movimiento sindical en estas elecciones era la de proporcionar la fuerza organizadora que hacía falta para transformar la frustración y la ira de los trabajadores en poder político, declaró John Sweeney, presidente de la AFL-CIO, en una rueda de prensa pos-electoral el 8 de noviembre.
No fue solamente el mensaje del movimiento sindical sino también sus mensajeros que alcanzaron esa meta, dijo la Directora de Acción Política de la AFL-CIO, Karen Ackerman. “Platicaron trabajadores sindicalizados con trabajadores sindicalizados,” dijo. Un ejército de 200.000 de estos “mensajeros de confianza” tocó las puertas de 8 millones de hogares e hizo quemar las líneas telefónicas con 30 millones de llamadas, “la mayor parte de ellas a la hora de cenar,” admitió ella con una sonrisa.
Por medio de “un extenso programa político bien dirigido y enfocado, pudimos hablar precisamente con la gente que necesitábamos,” dijo. El margen de la victoria se pudo localizar en gran parte entre los “votantes casuales,” los que votaron en las elecciones presidenciales de 2004 pero que no habían participado en las elecciones bianuales anteriores de 2002. Solo en Ohio había medio millón de estos votantes.
Mientras fueron identificados estos votantes por medio de técnicas sofisticadas de “micro-enfoque,” fueron sus propios compañeros sindicalistas los que se comunicaron con cada uno de estos votantes de 20 a 25 veces durante el último año en el trabajo, en la casa, por teléfono o por correo. Iban los voluntarios directamente a sus compañeros de sindicato y a sus familiares con informaciones y no retórica sobre cuestiones críticas como son la economía y el Seguro Social.
“Hicimos cumplir y superar todas nuestras metas,” dijo Ackerman. En las elecciones congresionales votaron el 75 por ciento de los trabajadores sindicalizados por los candidatos apoyados por su sindicato.
El margen de la victoria de los Demócratas en todas las elecciones congresionales fue de 6,8 millones, dijo ella, y los votantes de hogares de trabajadores sindicalizados proporcionaron 5,6 millones de estos votos, o es decir, el 80 por ciento de ese margen. Se incluyen en las cifras del voto sindical a los trabajadores sindicalizados activos y jubilados y a sus familiares, mas a los 1.5 integrantes de Working America (Norteamérica Trabajadora), el flamante afiliado de la AFL-CIO para los que no tienen sindicato de trabajadores en sus lugares de trabajo.
“Fuimos por mucho el más poderoso promotor de asistencia a las urnas por el lado progresista,” dijo Sweeney.
Enfatizó Sweeney que la lucha no termina con el cambio de control en el Congreso. “No tenemos intención ninguna de depender ingeniosamente de los Demócratas para que sean la vanguardia en el camino hacia los cambios que las familias trabajadoras han mostrado que quieren,” declaró. Juró Sweeney “seguir con nuestra campaña y seguir uniendo a la gente trabajadora para exigirle al Congreso que tome acción decisiva”.
Ofreció Sweeney los detalles de un programa que se espera que considere el nuevo Congreso durante las primeras horas de su mandato: aumentar el salario mínimo, restaurar el derecho de los trabajadores a sindicalizarse, dar a Medicaid el poder de negociar por más bajos precios para los medicamentos, cambiar a una política comercial que recompensa a las compañías por mandar trabajos al extranjero, y restaurar fondos para la educación superior “a que puedan tener una educación todos los hijos y las hijas de la gente trabajadora”.
También enumeró Sweeney otras prioridades urgentes: el cuidado de salud, el pronto regreso de las tropas de Irak, la independencia energética, el dinero para la educación pública y el desarrollo de “una política inmigratoria razonada que proteja los derechos de todos los trabajadores”.
Gail Ganiszewski de Woodlawn, Pennsylvania, integrante de la Unión Norteamericana de Trabajadores del Correo desde que comenzó a trabajar con el Correo a los 19 años de edad en 1973, dijo que se había inscrito como Republicana. Dijo a reporteros que el empuje hacia la privatización del servicio de correos y la amenaza de perder sus beneficios de cuidado de salud “me abrieron los ojos,” convenciéndola no solamente a cambiar su inscripción partidaria pero, por primera vez en su vida, a ponerse de voluntaria en los esfuerzos electorales de su sindicato en 2006. Declaró ella, “Tengo orgullo de ser mujer de clase trabajadora.”
Junta con Ganiszewski estaba Sharon Feemster, que se identificó como trabajadora de 27 años de edad en el departamento de inspecciones finales de la planta Timken Steel de Mansfield, Ohio. “Trabajamos más duro, producimos más, pero caen atrás los salarios reales,” dijo. Añadió Feemster que estaba preocupada en especial por la facilidad con la cual logran las corporaciones abusar de la bancarrota. Pasó ella los días anteriores a las elecciones llamando a votantes y repartiendo volantes a la entrada de las plantas. “Me complacieron los resultados en Ohio,” dijo ella modestamente.
Dramatizaron estas dos mujeres de los estados bajo contención la observación de Sweeney: “Los comentaristas han tratado de dividir en distintas categorías las preocupaciones de los votantes: Irak, cuidado de salud, corrupción. Pero para la gente trabajadora estas no son más que varias dimensiones de una realidad central, un país que está siendo arrastrado a duras penas hacia una dirección equivocada. La administración Bush ha sobrepuesto una terrible guerra fracasada en Irak, que no nos ha proporcionado más seguridad, por encima de una economía fracasada que no ayuda a los norteamericanos de clase media a cubrir sus gastos”.
Misión cumplida: Un triunfo de los trabajadores