El debate político-ideológico que se ha planteado acá en Venezuela, con motivo de la propuesta presidencial de una unilateral formulación para crear un “partido unido de la revolución”, lamentablemente parece caer poco a poco en el resbaloso terreno de la politiquería. Es decir, la metodología empleada luce inadecuada para la importante tarea planteada ante las diversas fuerzas políticas que confluyen en esta revolución bolivariana, que actualmente se propone pasar a la decisiva fase de una construcción socialista.
Al contrario de lo que se había anunciado, todo indica que el nuevo partido se va a organizar muy desde arriba, con un estado mayor ya en función de aplicar un plan de operaciones hasta en el más mínimo detalle y según una cronología establecida.
Naturalmente, el reciente XIII Congreso Extraordinario celebrado por el Partido Comunista de Venezuela es ahora visto como especie de piedra en el zapato — que sin duda les quita el sueño — por los integrantes de ese supuesto estado mayor revolucionario. Pues los comunistas con tal congreso hemos ratificado dos cosas: (1) la continuidad de nuestro apoyo a Hugo Chávez como dirigente principal de esta revolución bolivariana, igual como lo hemos hecho durante toda la última década; y (2) la firme decisión de no disolvernos dentro de un movimiento amorfo, de índole popular pero policlasista, y sin lineamientos ideológicos precisos.
Lo que realmente debería ser visto como algo sorprendente, creo yo, no es que el PCV se haya negado a disolverse en semejante situación de confusión ideológica con corrientes muy alejadas de la dialéctica materialista, sino el hecho de que ciertos revolucionarios bolivarianos hayan podido tener de buena fe la idea de invitarnos a dejar de lado el piso teórico del marxismo-leninismo para caer en el pantano del neo-utopismo. En otras palabras, dejar de ser lo que siempre hemos sido y somos: comunistas.
Debemos insistir en que no es cuestión sentimental ni nada parecido, y mucho menos que estemos aferrados a viejos textos que ahora algunos se complacen en tildar de dogmáticos. En verdad, sí estamos claramente orientados por grandes pensadores que a escala universal han sido los creadores de la teoría revolucionaria, sin por eso dejar de admitir la necesidad de tomar en consideración los cambios que de manera continua — según nos advierten esos mismos clásicos del marxismo — se producen en toda sociedad, incluso en la capitalistas donde imperan las fuerzas más conservadoras.
De todos modos, para el estudio de esos cambios y el desarrollo de la teoría revolucionaria que pueda requerirse, seguramente no es lo mejor acudir a expositores dernier cri, auténticos exponentes del neorevisionismo, tales como los aquí ahora muy divulgados Heinz Dieterich y Marta Harnecker.
En el fondo lo que persiste es un antisovietismo que se resiste a morir, alentado en círculos de izquierda por las falsificaciones de la historia “made in USA”. Así, se pretende que reneguemos de nuestro pasado y nos unamos al coro de los arrepentidos de haber creído en la URSS. Es curioso, hoy en los medios informativos se sigue atacando al régimen y a la experiencia del socialismo soviético como si todavía existieran.
Ya debería saberse que los comunistas venezolanos, militantes de un partido que lleva 76 años al servicio exclusivo de la clase obrera, y con un prestigio internacional ganado en duros combates contra el enemigo imperialista y sus agentes criollos, no somos de ninguna manera fáciles de arrear por nadie.
Hemos seguido y desde luego seguiremos participando activamente en la actual revolución bolivariana, que no es la proletaria anunciada por Marx pero sí tiene un neto contenido antiimperialista. Así estamos demostrando en la práctica, a nuestros amigos y enemigos, que no somos dogmáticos pero al mismo tiempo hemos probado una vez más que no somos oportunistas tampoco, pero sí verdaderos marxistas-leninistas.
Jerónimo Carrera es presidente nacional del Partido Comunista de Venezuela. Carrera ingresó en las filas comunistas en el 1946 participando activamente contra el dictador Pérez Jiménez.
Ni dogmáticos ni oportunistas