Agazapada entre el Cerro Gielol y el Conun Huenu, con los volcanes Llaima y Villarrica como telón de fondo, a 700 kilómetros al sur de Santiago aparece Temuco, el cuarto centro urbano de Chile.
En épocas remotas, esta zona fue conocida como la frontera, donde el dominio español no lograba, con sus funestas garras, doblegar al pueblo mapuche. Solo a fines del siglo antepasado (1881), intrépidos colonos lograron asentarse en la naciente ciudad y la región, donde plasmaron sus costumbres y forjaron el futuro.
Aquí comienza el sur de Chile, sur de viento y lluvia eterna, con olor a musgo y humo, vestido de incontables bosques, surcado por numerosos ríos, resguardado por la perenne cordillera.
De aquellas tierras, de aquel barro, de aquel silencio, he salido yo a andar, a cantar por el mundo, escribió Pablo Neruda, el insigne Premio Nobel chileno.
Neftalí Reyes Basoalto, su verdadero nombre, nació en Parral, el 12 de julio de 1904. Su madre, Rosa Bosoalto, murió al mes siguiente. Su padre, José Reyes, paso por los diques del puerto de Talcahuano, para terminar como ferroviario en Temuco.
Los primeros recuerdos que evoca el poeta son arriba de un tren, que iba desde Temuco a Nueva Imperial, pequeño suburbio camino a la costa.
Allí, sus cinco sentidos despertaron con el paisaje increíble que encierra ese rincón del mundo.
Junto a los peones que trabajaban con su padre, recorrió quebradas, esteros y montes, descubriendo pájaros, insectos, pequeños animalitos; en fin la naturaleza viva.
El caserón que albergo su niñez, también tenia encantos especiales.
Las fiestas familiares coronadas por asado de cordero, pavo con apio y leche nevada estaban aun latentes cuando escribió la primera parte sus memorias. Lo mismo sucedía con sus primeras aventuras de liceista y sus incipientes experiencias amorosas.
Desde allí comenzó a desenterrar misterios, y plasmá en papel las simples cosas de la vida. Lo cotidiano, lo sublime. Una buena parte de mi obra ha querido probar que el poeta puede escribir sobre todo lo que se indique, sobre aquello que sea necesario para una colectividad humana.
Su paso por la capital chilena, como un poeta provinciano más, esmirriado y con poco dinero en los bolsillos, no mermaron sus ansias literarias, y pronto descubrió – o le hicieron saber – que Chile, no era lugar para él. Debía emigrar a la esplendorosa Europa.
Una carrera diplomática casi por sorteo, lo llevó lejos de la patria, a lugares indescriptibles e increíbles. Ceilán, Malasia, Indonesia. Mas tarde serian España, Francia, México, recorriendo el mundo con los versos que en cada una de esas estancias gestá.
Esos avatares duraron quince años, para terminar con el suicidio diplomático que le dio la alegría más grande: volver a encontrar la hermosura de su patria, el trabajo de los compañeros, la inteligencia de los compatriotas.
Un nuevo desafío le esperaba, el poeta del pueblo, de la justicia, de los amores y las estrellas, era elegido senador. Comenzaron años sombríos, de persecución y destierro. Pero el mundo entero acogía al vate, y el siguió deambulando por diferentes culturas, dando a conocer, esa larga y angosta faja de tierra, llamada Chile.
Su esencia de poeta nunca olvido las tierras de la frontera, que metieron sus raíces en sus versos, impregnando su trabajo, su vida entera. “Mi vida es una larga peregrinación que siempre da vueltas, que siempre retoma al bosque austral, a la selva perdida.”
La región en que Neruda despertó al mundo es la misma. Los caminos de su niñez aun existen. Robles, raulies, canelos, copihues, siguen ahí, como mudos testigos del tiempo. Los volcanes continúan incólumes, como gigantes dormidos, esperando a despertar. De la cordillera fluyen tintineantes ríos. Ese olor que se respira en cada primavera, ha de ser el mismo, que inyecta energía después de un largo, frío y oscuro invierno.
Solo Temuco cambió. Ochenta años no pasan en vano. La ciudad que él viera incipiente, en medio de esa selva perdida, es una urbe moderna, con edificios como espejos, muchedumbre, ruido y smog. Quedan en el recuerdo y la nostalgia, los vetustos caserones, los mares de lodo y el tren que trazo sus recuerdos.
Pablo Neruda: Con la tierra en el alma