LA HABANA – El primer ministro israelí, Ariel Sharon, llevó en su agenda de visita a Estados Unidos un hecho consumado: la extensión a Palestina de la guerra que el gobierno norteamericano está protagonizando en Asia Central.
Sharon inició su estancia oficial en Washington con el hecho irreversible que las agresiones militares desatadas en las urbes palestinas de Cisjordania forman parte de la estrategia, a escala mundial, delineada por el Pentágono contra lo que denominan el terrorismo.
Se puede colegir que para los gobernantes israelíes es indispensable contar con el respaldo de la Casa Blanca en sus acciones antipalestinas, si se tiene en cuenta que Estados Unidos es el principal suministrador de armas a Israel, además de facilitarle la tecnología necesaria para el desarrollo de su industria bélica.
El ilimitado apoyo estadounidense a la entidad sionista siempre ha sido uno de los epicentros generadores de los conflictos que han afectado a esta estratégica zona, especie de bisagra geográfica que une a los continentes eurasiático y africano.
Es por ello que resulta tan difícil creer en la supuesta buenas intenciones de la mediación de Washington en las negociaciones israelí-palestinas.
Puede ser lógica también la conclusión que en el momento actual, cuando el presidente George Bush esta desarrollando una política de hegemonismo militar, pueda aun ser menos creíble la supuesta posición de neutralidad norteamericana.
Las últimas señales, ofrecidas por Washington, evidencian que está determinado a asumir una posición más intransigente aun respecto al conflicto, anatematizando al presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Yasser Arafat, en medio de una espiral de violencia que puede conducir a consecuencias imprevisibles en el orden regional.
Las cifras ofrecen elementos definitivos desde el punto de vista de quienes son los agresores y los agredidos. Hasta el miércoles de la visita de Sharon 1.184 personas murieron en forma violenta desde que en septiembre del 2000 comenzó una nueva etapa de la Intifada del pueblo palestino, en la cual se expresa su inconformidad a vivir bajo la ocupacional.
De las víctimas 908 son palestinos y 254 israelíes. Sin contar a los palestinos y árabes reprimidos en sus territorios autóctonos por las tropas israelíes, además de la supresión de las libertades individuales, entre otros atropellos que recuerdan a las hordas nazis cazando a mediados del siglo pasado a los judíos en Europa.
A pesar de ello, el premier hebreo anuncio antes de partir a Washington que su principal objetivo en esta visita a Estados Unidos es lograr que este país declare su oposición a Arafat, a quien Sharon no considera un interlocutor valido.
Las críticas estadounidense han sido cada vez más acres contra Arafat, al que consideran responsable de la situación de violencia que se vive en los territorios autónomos de Cisjordania.
Y, en consecuencia, Israel ha estado actuando con una verdadera guerra declarada antipalestina, en la cual esta utilizando todos los recursos bélicos, desde bombardeos aéreos (aviones cazabombarderos y helicópteros artillados) hasta tanques, artillería y tropas regulares.
Es muy difícil creer que tales desmanes del poder militar israelí resulte de las supuestas provocaciones de poblaciones civiles que viven en condiciones prácticamente infrahumanas, sin apenas posibilidades de empleo u otros medios de sustento económico, según los observadores de organismos internacionales establecidos allí.
Más simple es considerar que la estrategia militar desplegada actualmente por Israel en Palestina corresponde a una segunda fase de la guerra de Estados Unidos contra Afganistán, es decir, la muy proclamada “guerra contra el terrorismo internacional.”
Tal vez resulte más plausible, a partir del razonamiento israelí-norteamericano, analizar que el pueblo palestino, sometido en las últimas cinco décadas a una situación de violencia sin precedentes, ha sido destinado a desaparecer, por decreto de Estados Unidos e Israel.
¿Será este en realidad el principal punto de la agenda que trataron Bush y Sharon? Tristemente, las evidencias señalan hacia la conclusión de una nueva etapa de exterminio antipalestino, como las ocurridas cuando el septiembre negro de 1970 en Jordania, o el asedio a Beirut en 1982, todas ellas protagonizadas por Israel.
Palestina: El otro Afganistán