Opinión
A principios de abril de 2007 la imagen de Jason Núñez Fernández de Naranjito se vio por televidentes en Puerto Rico. El joven de 22 años, marido y padre de dos hijas había regresado a su casa en ataúd tapado con la bandera de las 50 estrellas, su vida apagada en Irak.
Hoy más de setenta boricuas han caído en la guerra de Irak y Afganistán. La mayoría de éstos nacieron en Puerto Rico, pero también muchos son de Nueva York y otros estados.
De nuevo nos atormenta nuestra condición colonial.
Desde la imposición de la ciudadanía estadounidense en 1917 a través de la Ley Jones, los puertorriqueños han servido de carne de cañón en cuanto conflicto bélico han iniciado los norteamericanos. Primero por el servicio militar obligatorio y luego através del soborno, nuestros jóvenes han sido arrastrados, una y otra vez, al matadero sin piedad. Más puertorriqueños han peleado en las guerras estadounidenses que los ciudadanos de 35 de los 50 estados norteamericanos.
Organizaciones por la paz puertorriqueñas amplias como las Madres Contra la Guerra dirigida por Sonia Santiago celebran actividades contra el conflicto bélico a través de la nación puertorriqueña.
En el Día de Recordación acompañan al cementerio a varias de las mujeres que perdieron sus hijos en Irak. Santiago, en una entrevista, recita la estadística del saldo humano de la guerra: 3,452 soldados de Estados Unidos muertos, sin contar los que se informen entre ayer y hoy, ya que muere un promedio de cuatro diarios; sobre 40,000 heridos y más de 750,000 civiles iraquíes muertos, según un estudio de la Universidad John Hopkins, en Baltimore.
“Madres contra la Guerra le damos nuestro más sincero pésame a las madres puertorriqueñas, latinas, estadounidenses y británicas, pero también pensamos en las madres iraquíes y afganas, porque la guerra no discrimina por cultura o nacionalidad, y la muerte de un hijo la siente cualquier ser humano no importa dónde”, añade Santiago.
El gobernador colonial Aníbal Acevedo Vilá ha llamado por el fin de la guerra y el retiro de la guardia nacional norteamericana (en Puerto Rico) de Irak. El Departamento de Educación de la colonia también ha abierto las puertas del sistema escolar a los que tienen alternativas al servicio militar.
Las condiciones sociales y económicas que reinan en Puerto Rico y en los barrios de las urbes norteamericanas facilitan el reclutamiento de jóvenes a las fuerzas armadas norteamericanas — falta de trabajo, y la violencia (la principal causa de muerte en Puerto Rico para los hombres entre la edades de 18 y 35 años es el asesinato). Los reclutadores militares le prometen villas y castillos a los jóvenes — sueldos, becas, y otros privilegios a estos jóvenes.
Esto es lo que los lleva a enlistarse, no el mito del combate norteamericano por la democracia. Aunque aún debe haber algunos que se apunten en las fuerzas armadas por puro idealismo. También está la cantaleta de la común ciudadanía y la común defensa que dada la realidad política del puertorriqueño lo hace vulnerable a la predica del patriotismo falso. Sin duda alguna, el dinero y los otros pormenores tienen más peso en todo este asunto.
Cuando vi el reportaje televisado del velorio de Jason Núñez Fernández y su madre, Doña Marlene con la santa ira de la maternidad herida, arrancó la bandera ajena que cubria el ataúd, y con la única estrella de su propia bandera, arropó de ternura su hijo asesinado.
La realidad es que ningún boricua debe ofrendar su vida por los intereses imperiales de un país que lleva 109 años negándole al suyo el derecho a autodeterminación e independencia.
cheo @isp.com
Puerto Rico e Irak