Este editorial fue publicado en los periódicos Granma y Trabajadores del 8 de octubre del 2001
Ayer, a las 9:00 p.m., hora de Afganistán, se inició la guerra. Más que la guerra, el ataque militar contra Afganistán. La palabra guerra sugiere una contienda entre partes más o menos iguales, en que la más débil posea al menos un mínimo de recursos técnicos, financieros y económicos con que defenderse. En este caso, una de las partes no posee absolutamente nada. Llamémosla, sin embargo, guerra. Así la calificó quien ordenó las operaciones militares.
Un tipo de guerra verdaderamente sui géneris. Un país entero es convertido en campo de prueba de las más modernas armas que se hayan inventado nunca. Los especialistas y expertos que en los centros de investigación y talleres militares invirtieron decenas de miles de millones de dólares para crear instrumentos de muerte, seguirán cada detalle del comportamiento de sus siniestras criaturas.
Sean cuales fueren los pretextos, es una guerra de la tecnología más sofisticada contra los que no saben leer ni escribir; de 20 millones de millones de dólares de Producto Interno Bruto cada año contra un país que produce aproximadamente mil veces menos, que se transformará, por razones económicas, culturales y religiosas, en una guerra de los antiguos colonizadores contra los antiguos colonizados, de los más desarrollados contra los menos desarrollados; de los más ricos contra los más pobres; de los que se autotitulan civilizados contra los que ellos consideran atrasados y bárbaros. No es una guerra contra el terrorismo, que debía y podía ser derrotado por otros medios verdaderamente eficaces, rápidos y duraderos, que estaban a nuestro alcance; es una guerra a favor del terrorismo, cuyas operaciones militares lo harán mucho más complicado y difícil de erradicar. Un remedio peor que la enfermedad.
Ahora lloverán noticias sobre bombas, misiles, ataques aéreos, avance de blindados con tropas de etnias aliadas a los invasores, desembarcos aéreos o avances por tierra de fuerzas élites de los países atacantes; ciudades tomadas, incluida la capital, en tiempo más o menos breve; imágenes por televisión de cuanto permita la censura o escape de la misma. Los combates serán contra los naturales del país y no contra los terroristas. No hay batallones ni ejércitos de terroristas. Este constituye un método tenebroso, un concepto siniestro de lucha, un fantasma.
Los hechos mencionados irán acompañados de triunfalismo, exaltaciones chovinistas, jactancias, alardes y otras expresiones de arrogancia y de espíritu de superioridad cultural y racial. Después vendrá la gran incógnita: ¿cesará la resistencia, desaparecerán todas las contradicciones o comenzará la verdadera guerra, aquella que fue definida como larga e interminable? Estamos seguros de que esa es la mayor interrogante que llevan dentro los que hoy se ufanan de haberse lanzado a esa guerra aventurera.
Millones de refugiados se esparcen ya por todas partes y las dificultades mayores están por presentarse. Esperemos los acontecimientos.
Nuestro pueblo será informado con la máxima objetividad de cada hecho que vaya sucediendo, con mayor o menor espacio en la prensa, la radio y la televisión, de acuerdo con su importancia, sin alterar el ritmo de nuestras actividades y programas normales de información y recreación, ni mucho menos descuidar los enormes esfuerzos de desarrollo social y cultural que llevamos adelante, ni la atención cuidadosa y estricta de todas las actividades productivas y los servicios, lo que hoy es más importante que nunca, dadas las afectaciones que los acontecimientos que se desarrollan pueden ocasionar a la ya deteriorada economía mundial, de cuyos efectos no podría escapar ningún país, aunque no hay otro más preparado, organizado y consciente que el nuestro para enfrentarse a cualquier dificultad que sobrevenga. Tampoco dejaremos de prestar nuestra atención a la defensa, como nunca hemos dejado de hacerlo.
De nuevo veremos en el mundo vacilaciones y pánico. Después, a medida que se vayan presentando los problemas previsibles, vendrán la toma de conciencia y el rechazo universal a la guerra que acaba de iniciarse. Hasta los propios ciudadanos norteamericanos, hoy impactados por la horrible tragedia, más tarde o más temprano lo comprenderán.
Aun cuando la oposición y condena al terrorismo y a la guerra, que ha sido la esencia de nuestra posición - hoy compartida por muchas personas en el mundo - ha sufrido el esperado golpe del inicio de las operaciones militares, persistiremos luchando con todas nuestras fuerzas por la única solución posible: el cese de las operaciones militares y la erradicación del terrorismo mediante la cooperación y el apoyo de todos los países, el repudio y la condena unánimes de la opinión pública internacional, bajo la dirección de la Organización de Naciones Unidas.
Se inició la guerra: editorial cubano