TUCSON – El diciembre pasado, después de muchos años de trabajo duro y sacrificio, mi familia celebró la graduación de mi esposa, Sandra, de la Universidad de Arizona. Ella recibió su máster en ciencia de biblioteca bilingue. Los oradores en la graduación incluía al presidente de la universidad Peter Lilkins, que señaló la necesidad de prepararnos para contribuir positivamente a una sociedad cambiante, multicultural y democrática. Otro orador dijo que los graduados representaban lo mejor y más inteligente que de nuestra comunidad.
Actualmente estoy trabajando para mi máster en educación bilingue. Soy el primer en una familia orgullosa de mejicoamericanos de clase trabajadora en ir a la Universidad de Arizona.
Por eso era emocionante sentarme con mis dos hijos pequeños tener mi hija en la falda y ver el nombre de mi esposa en la pantalla gigante en la cancha de baloncesto donde se celebraba la graduación. Entonces las tortillas volaron por el aire.
Primero pensé que eran unos juguetes interesantes. Después me di cuenta. Miré a Humberto, mi hijo de nueve años, y le dije, “Mi hijo, ves los que hacen? Están faltándole el respeto a nuestra cultura.”
Él me miró con desilusión en sus ojos y dijo, “Sí, veo lo que hacen.”
No podía quedarme sin hacer nada, no al frente de mis niños que fueron creado y eseñados, desde su nacer, a respetarse ellos mismo y especialmente su herencia mejicana.
Le pregunté a los dos jóvenes blancos al frente de nosotros, que estaban tirando las tortillas, “¿Porqué están haciendo eso?” Viraron con curiosidad y al mirarme preguntaron, “¿Qué?”
“Porqué tiran las tortillas?” repetí más audaz.
“O, es una tradición en la graduaciones,” dijo uno bruscamente.
“¿Qué tradición? Yo me gradué de aquí hace siete años y no recuerdo tirando tortillas. Lo que están haciendo es faltándole el respeto a mi cultura,” le dije. “La tortilla es un alimento básico de las culturas indígenas a través de Méjico. Hay gente hambrienta aquí y allá. Yo he enseñado en la escuela superior por siete años y le enseño a mis estudiantes a respetar todas las culturas, incluyendo la mia.”
Yo pude sentir las miradas y el silencio lleno de bochorno de la gente alrededor de nosotros. El joven contestó, “Yo puede ver su punto, pero todo el mundo están tirándolas y yo las voy a tirar también.”
“Yo le pido, respetuosamente, que no lo haga,” yo insistí, tratando de controlar mi coraje y desilusión. Mi hija, sentada en mi falda, le dio una patada en la espalda.
Yo me recuerdo los días y noches cuando una tortilla con frijoles, o tortillas con carne, o tortillas con papas, o tortillas con mantequilla de maní, que era todo que mi mamá o yo podía obtener. A mi me criaron a pensar que es un pecado desperdiciar comida, punto final. Esto es porque para nosotros los chicanos, la comida es algo sagrado.
Es una de las pocas cosas en la vida que verdaderamente se puede compartir y gozar, y se nos puede quitar tan fácilmente. El comedor Casa María le da de comer a dos mil personas cada día aquí.
Es indignante tener que soportar tal espectáculo cuando el hambre es una realidad, aquí y en el extranjero, entre los pobres, especialmente los niños, en el día más orgulloso de mi familia.
Yo veo la tortilla como una reflexión de quién yo soy. Desde los tiempos de antes los Nahuatl han conocido la tortilla como “toconayo” o ‘‘nuestra carne.” Las tortillas de maíz son parte de la gran y anciana cultura indígena de Méjico.
Uno de mis mejores memorias como niño era de las veces que mi mamá calentaría la cocina haciendo tortillas con su comal grande y negro. Solo con recordar el olor hace mi boca aguar y mi barriga hacer ruido. Mamá, una chicana chiquita de 110 libras pero fuerte, pasaba el tiempo a la estufa haciendo las tortillas. Ella me enseñaba como estirar la masa con sus dedos.
Faltarle el respeto a la tortilla es como faltarle el respeto a la madre de uno.
Pregúntale a Lalo Guerrero. Lalo recibió una medalla especial del presidente Clinton por su trabajo en la música chicana. Una de sus canciones habla de su amor por las tortillas. Me gustaría pensar que si Lalo ve la tal llamada “tradición” de graduación sacará su guitarra y compone una canción para hacer nuestros graduados entrar en razón y respeto.
Yo le escribí al presidente Litkins de la universidad sobre poner un fin a eso de tirar tortillas en las graduaciones. También hice una petición a la Asociación de Alumnos Hispanos de la Universidad de Arizona para que se unan. Y Usted también puede escribirle a: Dr. Peter Likins, President of the University of Arizona P.O. Box 210066 Tucson, AZ 85721.
Tirando tortillas – una ‘tradición’ fea