“El Camino de los inmigrantes: Caminamos por la vida”, empezó el 31 de mayo. Este recorrido de 75 millas desde Sásabe, Sonora a Tucson, Arizona, fue hecho para ser testigo al terror que es el desierto para los miles que están forzados a cruzarlo cada año, sin suficientes provisiones y mal informados. Fue para llamar la atención a las políticas que hacen tales condiciones inhumanas una realidad, causando el desplazamiento en las comunidades pobres, enviando a los inmigrantes a un terreno peligroso, creando un ambiente hospitalario para las pandillas de contrabandistas y actividad vigilante, cobrando más y más vidas cada año. En un período de un año terminando en octubre, 205 inmigrantes murieron en Arizona. En los últimos 8 meses, nos estamos acercando a 100 muertes, más del doble en el mismo período del previo año.
Por estas razones, un grupo de 30 personas hizo un compromiso de viajar a través de el desierto. Muchos de nosotros vivimos y trabajamos con la comunidad inmigrante. Nuestros amigos nos han contado sus experiencias de dolor y desesperación que los llevó a tomar está decisión mortífera. Algunos de nosotros visitamos a Altar y Sásabe regularmente, y hablamos con los inmigrantes que están preparándose para cruzar. Para mí, una organizadora del grupo de derechos humanos, quería ver el desierto del cual muchos de mis amigos me habían hablado. Yo quería entender y ver como es este viaje.
La caminata no era para fingir ser inmigrantes. No hay una manera en la que podríamos habernos quitado el privilegio con el que nacimos y hubiese sido arrogante de nosotros pensar que terminaríamos esta caminata entendiendo por lo que atraviesan los inmigrantes. Nos proveían agua cada milla y media. Nosotros teníamos vehículos de soporte y atención médica disponible. Teníamos amigos que investigaban regularmente, y nos traían comida. Teníamos la opción de renunciar en el momento que decidiéramos. Estos son lujos que ningún inmigrante tiene. Nuestra caminate fue simple, se trató de ser testigos para llamar atención a la trampa de muerte que es la frontera, llamar la atención a la injusticia, y exigir cambio.
Lo que recuerdo más de de nuestra caminata fue el calor, el opresivo e imperdonable sol sobre nosotros , quitándonos cada gota de humedad de nuestras bocas.
Caminamos entre 12 a 16 millas la mayoría de los días, empezando temprano en la mañana para llegar antes de que el sol calentara demasiado, nunca fuimos completamente exitosos. Nunca he experimentado un calor tan sofocante que quisiera estar fuera mi piel. Llegando al campamento, me sentía tan desesperada que buscaba la sombra de cualquier cosa para escapar del calor y no encontré nada. El agua en mi botella era como té caliente, y era difícil no poner atención en mi incomodidad. Tratábamos rápidamente de hacer sombra con cualquier material que tuviéramos y nos sentábamos para cubrirnos del sol hasta que este se metiera, lo cual tomaba horas.
El último día de la caminata de inmigrantes se reunieron más de 200 amigos para las últimas 6,7 millas para llegar a la sede de la Patrulla Fronteriza. Encendimos velas y dejamos cosas que habíamos encontrado en el desierto – cobijas para bebés, calcetines de niños, mochilas, carteras – testimonio de la gente quienes han sufrido a través del desierto, solos y sin protegidos. Fue importante para mí hacer este viaje, para honrar las vidas que han sido perdidas, para recordar a nuestros hermanos y hermanas inmigrantes quienes solo buscaban mejores futuros para ellos y sus familias. Nosotros esperamos que la conciencia continúe creciendo, y que nosotros algún día tengamos justicia en nuestras fronteras.
Se puede comunicar con la autora al pww@pww.org.
Una experiencia personal Caminando por los inmigrantes