Mucho se está hablando actualmente aquí en Venezuela de revolución y es notable la confusión que existe al respecto, pese a que estamos viviendo un proceso de cambios significativos desde hace ya toda una década. A esto contribuye el hecho de haber sido muy maltratado dicho vocablo a lo largo de nuestros dos siglos de historia.
En efecto, y así lo recuerdo desde mi lejana infancia en aquellos los dolorosos años de la tiranía de un guachiman petrolero, Juan Vicente Gómez, aquí se consideraba revolucionario todo opositor a ese nefasto régimen. No subsistía entre nosotros aquella división histórica tradicional, como todavía ahora la tienen en Colombia, entre liberales y conservadores, y mucho menos las modernas categorías políticas de izquierdas y derechas.
Esto significaba que toda oposición era vista como revolucionaria, y dejaba de ser revolucionaria si se convertía luego en gobierno.
Es con la aparición de los comunistas que en Venezuela se comienza a utilizar, aunque fuese en forma muy limitada y clandestina, la hoy mundialmente aceptada significación de la palabra revolución, con el sentido preciso de un cambio profundo en la estructura estatal de una sociedad determinada.
Lo cual quiere decir que un cambio revolucionario no es, ni podrá serlo nunca, como algunos todavía piensan, el resultado de acciones individuales o de pequeños grupos humanos. Toda revolución proviene necesariamente de la actuación organizada de un preterido sector de la sociedad, o sea de uno que en términos marxistas constituye cierta clase social, dispuesta a defender y hasta hacer prevalecer sus propios intereses sobre las demás clases que puedan existir en esa sociedad. De allí tenemos el concepto de la lucha de clases como algo inevitable, y por lo que toda la historia de la humanidad hasta nuestros días es la historia de esas luchas.
La revolución por la que hemos luchado y seguiremos luchando nosotros, acá en Venezuela y en el mundo entero, es precisamente para abolir esa división de la sociedad en clases antagónicas y poder así crear una sociedad totalmente distinta, sin explotados ni explotadores. Para tener tal cambio revolucionario, es indispensable proceder a eliminar en forma radical la propiedad privada sobre los medios de producción.
La primera fase de semejante proceso revolucionario, de más o menos larga duración según las condiciones propias de cada país y también el contexto internacional prevaleciente, es la del socialismo.
En una sociedad socialista subsisten, naturalmente, muchas de las deficiencias y vicios de la anterior sociedad, no importa el grado de desarrollo que ese país haya alcanzado. Así lo pudimos comprobar con lo sucedido en la Unión Soviética, donde una tercera generación de supuestos dirigentes revolucionarios optó por rendirse ante el poder de seducción del enriquecimiento personal, convirtiéndose ellos en nuevos capitalistas.
Para que un país llegue realmente al socialismo, son necesarias en verdad tres revoluciones sucesivas y casi simultáneas. La primera, es la política, de toma del poder por el proletariado. La segunda, es la económica, de plena eliminación de la propiedad privada en la banca, la industria y el campo. Y la tercera, es la cultural, de elevación constante del nivel educacional de toda la población.
Pero una cuarta revolución, la ética, podemos decir que hasta ahora inédita, resulta indispensable para poder pasar en definitiva del socialismo al comunismo.
En fin, los comunistas sabemos que se trata de un prolongado y muy difícil camino que tenemos por delante, y sólo nos será factible poder recorrerlo exitosamente si nos atenemos con firmeza a la teoría y práctica de la revolución proletaria, según nos lo enseña el marxismo-leninismo.
El autor es presidente del Partido Comunista de Venezuela
Venezuela: La revolución y nosotros