CARACAS (Prensa Latina) – La verdad histórica es que Venezuela siempre tuvo dificultades para mantener relaciones justas – y mutuamente provechosas por lo tanto – con los Estados Unidos, no importa lo que desfachatadamente dicen en contrario los historiadores pitiyanquis.
Desde los tiempos de nuestra revolución de independencia comenzamos a tener serios roces diplomáticos con el llamado gran vecino del norte, como lo puede comprobar cualquier lector de la muy abundante corresapondencia de Bolívar sobre este tema.
Así fue a todo lo largo del siglo XIX, con repetidos incidentes de mucha gravedad. Hoy pocos venezolanos saben de los violentos choques que tuvimos con los norteamericanos por la posesión de la Isla de Amelia, en las costas de la península de La Florida,
Tampoco de la expulsión en 1854, realizada por la marina de guerra venezolana, de unos invasores estadounidenses que pretendieron apoderarse de nuestra Isla de Aves, cercana a ese Puerto Rico hermano que cuatro décadas después – y hasta el sol de hoy, para vergüenza de la América entera – pasó a ser una colonia de Estados Unidos.
Menos todavía, quizás, se habla de la ruptura de relaciones que se produjo en 1861, cuando un enviado del gobierno de nada menos que Abraham Lincoln, de nombre Henry Blow, decidió desconocer al gobierno venezolano del General José Antonio Páez. Un rompimiento arbitrario, que no obstante se mantuvo por tres años completos.
Y luego, a comienzos del siglo XX, vino la trampa que le armaron a Cipriano Castro desde Washington, en la cual cayó tontamente ese pobre dictador. Hubo incluso, al final, una ruptura de relaciones, pero eso todo culmino con la caída de Venezuela en las redes del para entonces naciente imperialismo estadounidense.
Triste situación que pese a 70 años de esfuerzos antiimperialistas de los comunistas venezolanos, y a estos recientes tres de Hugo Chávez, sigue siendo más o menos igual actualmente. Nada tiene de sorprendente, pues, el hecho de haber surgido de nuevo una etapa tormentosa en nuestras relaciones con Washington.
Casi puede decirse que eso es inevitable, a menos que los venezolanos aceptemos continuar vendiéndoles barato el petróleo y comprándoles caro todo lo que los monopolistas yanquis quieran.
Lo realmente doloroso, para quienes creemos en la vigencia de las ideas bolivarianas sobre la necesaria conjunción de una legítima integración multinacional con el concepto básico de soberanía, es ver la actuación sin cortapisas de esa quinta columna que Washington tiene aquí a su servicio.
En estos momentos estamos sufriendo los venezolanos, exactamente, las consecuencias de la labor destructora de la economía nacional y de la administración estatal, en forma de continuo sabotaje por las vías más diversas, que han cumplido y siguen llevando a cabo varios centenares de miles de funcionarios corruptos, amparados en dudosas organizaciones “sindicales” y en cuestionables estatutos legales.
Lo peor, sin embargo, es el neoliberalismo disfrazado que todavía actúa a todos los niveles de dirección gubernamental.
No hay duda, las relaciones entre Venezuela y Estados Unidos acaban de entrar en una nueva fase. Tras el fracaso de sus intentos “cívicos” por torcerle el brazo a Chávez, Washington cree que podrá lograrlo por una vía más directa.
Venezuela: Las relaciones con Estados Unidos