Contestación a una compatriota
Una compatriota ecuatoriana ha enviado un escrito a El Comercio de Quito con el título “Déjenos en Paz” en la que, a la vez que cuenta sus nexos familiares con Colombia, se refiere al conflicto diplomático de Ecuador con ese país y se detiene en lamentar los efectos del rompimiento diplomático, los insultos al presidente Álvaro Uribe de parte del presidente ecuatoriano Rafael Correa, en compañía del presidente Hugo Chávez y por último, se refirió a las declaraciones mesuradas del presidente Correa sobre la liberación de Ingrid Betancourt.
Sin tocar las expresiones groseras de esta compatriota en contra de nuestro mandatario, creo que sería bueno situar el problema donde corresponde. El problema se suscita por la incursión armada colombiana en territorio ecuatoriano, sin mediar ningún acuerdo que la legitime.
Lejos de hacer una revisión histórica para ver como se suscitan estas controversias, nuestra compatriota se lanza de lleno a improperios contra nuestro mandatario y la mayoría del pueblo ecuatoriano que lo respalda, como se ha constato en las últimas elecciones. Nosotros fuimos parte de la Gran Colombia, juntamente con Venezuela bajo la espada del Libertador Simón Bolívar. Debido a las ambiciones caudillistas de los dirigentes de ese tiempo nos hemos dividido en tres naciones que hemos recorrido diferentes caminos. Aunque hay un factor histórico que ha sido común para los tres países, el vivir desde el nacimiento de nuestra repúblicas bajo el yugo de los señoritos que se tomaron el poder y que el resto del pueblo se conforme con las migajas que caen de sus mesas
Esa situación de impotencia política para enmendar el camino ha durado ciento setenta y seis años para el Ecuador, porque a raíz de la elección de Rafael Correa, el presupuesto de la nación esta proveyendo cerca del 40 por ciento para el gasto social, que anteriores gobiernos simplemente lo ignoraban para que le queden recursos pagar la deuda externa al FMI, y otros acreedores. No importa que el 60 por ciento de los niños del sector pobre o que el 70 por ciento de los niños indígenas vivan con un dólar al día. Lo mismo pasa con Venezuela, que a raíz de la ascensión al poder del presidente Chávez el presupuesto dirigido al sector social es astronómico y no se diga el fondo de inversiones productivas del Estado venezolano para su industrialización y ayuda a los países latinoamericanos.
Con el respeto y la consideración que la nación colombiana se merece, no solo porque ocupa una parte predilecta de nuestros sentimientos, sino porque nosotros también tenemos familiares colombianos y hemos sido personalmente beneficiarios de su gentileza, pero hay que poner las cosas en su sitio. El actual mandatario colombiano rechazó la mano de la amistad de un vecino que le pidió que suspendiera las aspersiones de glifosato en la frontera y luego haciendo añicos las cláusulas del derecho internacional que demanda respeto a la soberanía de las naciones, ordena un ataque armado de proporciones colosales en territorio ecuatoriano, que acabó con lo poco que quedaba de cordura en las relaciones entre países vecinos.
En los anos 60s el padre Camilo Torres Restrepo era capellán de la Universidad Nacional de Bogotá. El tenía un grado académico de Bélgica y luchó porque su nación diera cabida a un cambio político de apertura a los desposeídos, que en opinión del padre Joseph Lebret, economista francés, el sector desposeído de Colombia era el 70 por ciento de la población en esa época, índice similar al del resto de los países de América Latina, especialmente después del horrendo periodo neoliberal.
Para hacer esta narración corta, el cardenal de Colombia de esa época despojó al padre Torres Restrepo de su investidura y lo arrojó fuera de la Universidad Nacional cuando los patriotas se trazan un camino hacia la liberación, no hay escollos que los atajen. Es el caso de Mejía Lequerica, de Ricaurte, de Miranda, de Sucre, de Simón Bolívar. Al padre Torres Restrepo le toco el camino de la lucha armada, que en Colombia han sido algunos grupos, así habrá sido de desigual la contienda política, que hasta la presente fecha hay reductos armados en cuyo territorio no puede entrar el ejército colombiano.
La lucha armada atenta contra la seguridad de los grupos de poder enquistados en el gobierno colombiano. No solo eso, también atenta contra la seguridad del dominio económico y político de la nación más fuerte de nuestro hemisferio: Estados Unidos. En estas condiciones, visto el cerco geográfico que Colombia sufre por parte de sus incómodos vecinos Ecuador y Venezuela con gobiernos que proclaman revoluciones ciudadanas, los Estados Unidos ha convertido a Colombia en el segundo beneficiario en armamento norteamericano, después de Israel, que ocupa el primer lugar. La incursión armada colombiana en territorio ecuatoriano, contó con armamento moderno norteamericano, y tal vez con la asesoría gringa para su desempeño preciso.
Estos hechos de la alevosa intervención norteamericana en los países latinos son de conocimiento público, como ha sido el derrocamiento y muerte de Salvador Allende de Chile, del coronel Francisco Caamaño de República Dominicana, del derrocamiento del presidente Domingo Perón en Argentina, del presidente João Goulart de Brasil, etc. En estas condiciones, el presidente Uribe no tiene nada que temer. Está rodeado de un ejército nacional bien armado y entrenado contra sublevaciones de su propio pueblo. Lo que habría que preguntarse seria: ¿Por qué recurrir a las armas para resolver un conflicto político, en vez de recurrir al dialogo y alcanzar un acuerdo por medio de negociaciones?
Lamento no coincidir con la autora del escrito en su interés de querer convertir en víctima al gobierno colombiano y en villano al ecuatoriano. Creo que es al revés. Solo que su posición política le hace ver mezquina la posición altiva de nuestro gobierno ante la ofensa internacional de que fuimos víctimas de un gobierno vecino, no de la nación colombiana.
Ecuador y Colombia