LOVELL, Wyoming (AP) -- Al anochecer, la sombra de la fábrica de azúcar cubre la calle y llega al jardín de su casa.
Milton e Inez Ontiveros se sienten agradecidos de vivir junto a la fábrica, sus depósitos y el viejo portón de ladrillo, rodeado de plantas de remolacha y de las colinas de Wyoming.
La remolacha fue lo que los trajo a esta región hace 60 años. Saben lo que es el dolor causado por el azadón y la recolección de remolachas hasta que cae el sol.
Soportaron los calores del verano y las nieves de noviembre. La paga era bastante buena, especialmente si se tiene en cuenta que empezaron sin nada.
"¿Dónde estaríamos, en particular mis hijos, mis nietos y mis biznietos, si mis padres y los padres de mi esposo no hubiesen podido permanecer en Estados Unidos porque eran considerados inmigrantes ilegales?", pregunta Inez.
"Estoy convencida de que nos dieron una oportunidad y de que mi familia demostró que hizo lo que pudo para mejorar", agregó.
La vivienda de los Ontiveroz es modesta pero cómoda, decorada con cruces y estatuas de la Virgen María y con fotos de la familia.
La pareja se sienta en la cocina, donde un reloj en la pared marca silenciosamente la hora. Es aquí donde Inez prepara sus famosos tacos y habla de su madre, Sevriana Ortiz. Con su marido habla en español. Pero cuentan sus historias en inglés.
"Los camioneros siempre querían que hombres y mujeres con muchos hijos trabajasen en las plantaciones", expresó Milton, quien se acerca a los 80. "Así ganaban más dinero".
Milton nació en La Sara, Texas. Cuando falleció su madre, en la década de 1940, él, su padre y sus hermanos deambularon de ciudad en ciudad, viajando en los camiones en busca de trabajo donde había cosechas.
"Trabajábamos en un estado, recogiendo algodón o lo que fuera, hasta que no hubiese más trabajo", señaló Milton. "Cuando ya no había más nada que hacer, los camioneros estaban listos para ir a otro estado".
Inez continúa el relato. Sus abuelos se fueron de México en los 40 y cruzaron el río Bravo cerca de Del Río, Texas.
Su madre tenía tres años por entonces y su tío uno. La familia encontró trabajo en Texas, despejando terrenos para prepararlos para la siembra.
"La única razón por la que vinimos a parar a Wyoming fue que mis abuelos se vinieron", dijo Inez. "Vinieron directo a Lovell. Los camioneros tenían contratos con las fábricas de azúcar".
Las mujeres viajaban sentadas y los hombres parados, porque no había espacio. Recorrieron el país así, buscando trabajo donde lo hubiera.
Inez, quien nació en Estados Unidos, está al tanto de todo lo que se dice en torno a la inmigración, la necesidad de trabajadores migrantes y las propuestas de algunos legisladores de deportar a los hijos de indocumentados nacidos en suelo estadounidense.
"¿Por qué no nos aceptan?", preguntó. "¿Será porque los agricultores tienen máquinas ahora? ¿Ya no nos necesitan? La vida no siempre es justa, pero de repente ya no nos quieren aquí, después de que los ayudamos a construir todo esto".
Cuando llegaron a Lovell en los años 40, comenzaron a trabajar de inmediato. Eran jornadas largas, que empezaban a las cinco de la mañana. Y estaban en el campo hasta que caía el sol.
Inez tenía nueve años cuando comenzó a trabajar en las plantaciones de Wyoming. Junto con otros migrantes, su familia vivía separada de los residentes blancos de Lowell. Iban a escuelas diferentes, tenían su propio peluquero y enterraban a sus muertos en una sección aparte del cementerio.
Fueron alojados en un barrio al oeste de la ciudad. Por las noches había música, incluidos corridos y canciones folclóricas. Los sábados se hacían fiestas.
"Pasábamos por la ciudad porque teníamos hambre, pero no podíamos ir a los restaurantes", recordó Milton. "Tenían carteles que decían 'no se permiten mexicanos ni negros'. Como si fuésemos perros".
Las familias viajaban a Billings y escuchaban historias de migrantes que trabajaban en Montana. Algunos peones abandonaron las tierras áridas de Wyoming por los llanos verdes de ese estado.
Milton tuvo la oportunidad de irse a Montana, pero prefirió quedarse. Se había casado con Inez un mes después de que se conocieron. Tuvieron siete hijos y querían darles una vida estable.
Si de algo se arrepiente Inez es de no haberle enseñado español a sus hijos. Quería que encajasen mejor que ella y su marido cuando eran jóvenes.
"Pensé que la única forma de progresar era aprendiendo el idioma (inglés)", contó Inez. "Si no lo hablaban, les iba a costar mucho, como nos costó a nosotros".
"No queríamos que ellos pasasen por lo mismo. Queríamos una vida mejor para ellos, que estudiasen, porque nosotros no lo hicimos y tuvimos que luchar mucho", agregó.
La vida mejoró. Inez dice que ello se debe a la estabilidad de la familia y a una nueva generación de hispanos educados.
"Las cosas cambiaron, pero tengo que decirle la verdad: siempre habrá discriminación", expresó. "Ahora es más sutil, pero sigue allí. La gente todavía te mira con cierta desconfianza y tenemos que demostrar lo que valemos".
Eso es lo que hay hecho buena parte de sus vidas. Milton, quien llegó apenas a segundo grado, fue durante mucho tiempo peón de campo hasta que se jubiló en Lovell.
Inez dejó de estudiar en el segundo año de la secundaria, pero se ofreció como voluntaria en el programa educativo Head Start. Como todo lo que hizo, el objetivo era beneficiar a sus hijos, quienes también trabajaron en las plantaciones de remolacha de niños.
"Empecé bien abajo, como voluntaria, y me asignaron a la cocina", contó Inez. "Luego de ser cocinera, fui asistente y finalmente maestra. Pese a que no había ido a la universidad ni terminado la secundaria, me dieron clases y capacitación".
Inez, quien fue homenajeada como la Maestra del Año en Wyoming en 1991, integra la junta directiva del programa Head Start de Absaroka, que supervisa, entre otras cosas, el programa educativo para migrantes, el cual ofrece atención y educación a los hijos de los trabajadores migrantes.
"Si a mis padres no les hubiesen dado la oportunidad de ser ciudadanos productivos en este país, ¿dónde estaría yo hoy?", preguntó uno de los seis hijos sobrevivientes de los Ontiveroz, llamado también Milton.
"Me enorgullezco de los sacrificios que hicieron mis padres por mis hermanos y por mí", manifestó. "Y pienso que demuestra que, si se les da la oportunidad, las familias de migrantes pueden salir adelante, hayan nacido en Estados Unidos ha hayan venido en busca de la ciudadanía".
Foto: Los trabajadores mexicanos recolección remolachas azucareras en 1942.