Parte del discurso del Ministro de Relaciones Exteriores, Felipe Pérez Roque, de Cuba en contra de un ataque contra Irak, el 14 de septiembre.
Hace un año, la celebración de esta Asamblea General debió ser postergada por el crimen brutal perpetrado el 11 de septiembre. Hubo entonces en todo el mundo una ola de solidaridad con el pueblo estadounidense y, especialmente, con las familias de las casi 3 mil víctimas inocentes de aquel injustificable acto terrorista.
Se crearon las condiciones para que se gestara una genuina alianza internacional bajo los auspicios y la dirección de la Organización de Naciones Unidas, con respeto absoluto a los propósitos y principios consagrados en su Carta. Prácticamente todos los países, más allá de diferencias ideológicas, políticas, culturales y religiosas, manifestamos nuestra disposición a colaborar de manera activa en este propósito de inobjetable interés común.
Se impuso, sin embargo, otra visión. Se proclamó insólitamente que quien no secundara la guerra decidida por un solo país estaría entonces junto al terrorismo. Se anunció incluso al Consejo de Seguridad que ese país se reservaba el derecho de decidir por su cuenta atacar en el futuro a otras naciones.
Se desató entonces una guerra unilateral, cuyo número de víctimas aún desconocemos y cuya consecuencia más tangible probablemente sea la de haber propinado un contundente golpe a la credibilidad de la Organización de Naciones Unidas y al multilateralismo como vía para el enfrentamiento de los complejos retos que hoy tenemos ante nosotros.
¿Cuál es hoy el balance? Son mayores los sentimientos de odio, venganza e inseguridad, que no ayudan a la lucha contra el terrorismo. Peligrosas corrientes xenófobas y discriminatorias amenazan la existencia de un mundo plural y democrático. Se ha retrocedido en el terreno de las libertades públicas y los derechos civiles.
Mientras tanto, falta la voluntad política por parte de algunas potencias para aplicar con rigor, sin selectividad y sin dobles raseros, los doce instrumentos jurídicos internacionales existentes. No hemos avanzado tampoco en la definición, hoy imprescindible, del terrorismo de Estado.
Cuba, por su parte, víctima durante más de cuatro décadas de actos terroristas, que expresó en esta Asamblea sus opiniones con serenidad y firmeza, y que condenó sin vacilaciones el crimen del 11 de septiembre y el terrorismo, pero que se opuso también a la guerra sobre la base de consideraciones éticas y de respeto al derecho internacional, firmó y ratificó los doce convenios internacionales relativos a la lucha contra el terrorismo, aprobó una ley nacional de lucha contra este flagelo, ha cooperado plenam ente con las labores del comité creado al efecto por el Consejo de Seguridad y, en el plano bilateral, propuso al Gobierno de los Estados Unidos la adopción de un programa de lucha contra el terrorismo que, incomprensiblemente, dicho Gobierno rechazó.
En un día como hoy, repito las palabras expresadas por Cuba en la pasada Asamblea General: “Solo bajo el liderazgo de las Naciones Unidas podremos derrotar al terrorismo. La cooperación y no la guerra es el camino. La coordinación de acciones y no la imposición es el método. [...] Cuba reitera su condena al terrorismo en todas sus formas y manifestaciones. Cuba reitera que no permitirá que su territorio sea utilizado jamás en acciones terroristas contra el pueblo de los Estados Unidos o de cualquier otro país.”
Parece ya inevitable una nueva guerra contra Iraq, una escalada de la situación de permanente agresión que ese pueblo ha vivido durante los últimos diez años. Se habla ahora de “guerra preventiva,” en franca violación del espíritu y la letra de la Carta de las Naciones Unidas.
Cuba defiende principios, no conveniencias, y, por tanto, aunque ello disguste a sus patrocinadores, se opone de modo categórico a esta guerra. A Cuba no la anima un espíritu antinorteamericano, aún cuando su gobierno mantiene y endurece un bloqueo de más de cuarenta años contra nuestro pueblo.
Pero no decir la verdad por cobardía o cálculo político no es lo que caracteriza a los revolucionarios cubanos. Por tanto, Cuba proclama aquí que se opone a una nueva acción militar contra Iraq. Lo hace al tiempo que recuerda que en su momento apoyó en el Consejo de Seguridad la resolución que pedía al Gobierno de Iraq cesar la ocupación de Kuwait.
Sostenemos que sería una locura el desarrollo hoy de armamentos de exterminio en masa, pues vemos como único camino posible a la paz mundial el desarme general y completo, incluido el desarme nuclear, y la reorientación del dinero que hoy se gasta en armas a enfrentar los gravísimos problemas económicos y sociales de la humanidad.
Los países árabes han sido categóricos en su rechazo a esta guerra; la mayoría de los países europeos no la secundan; la comunidad internacional ve con preocupación creciente cómo se anuncia una nueva guerra sobre la base de acusaciones que no han sido probadas, e incluso ignorando la realidad evidente de que Iraq no puede ser un peligro para Estados Unidos.
Si el Gobierno de los Estados Unidos desata una nueva guerra contra Iraq, imponiéndosela al Consejo de Seguridad o decidiéndola unilateralmente en contra de la opinión pública internacional, se habrá consagrado el nacimiento del siglo del unilateralismo y de la jubilación forzosa de la Organización de las Naciones Unidas.
Parecerá entonces que los años de la Guerra Fría, con su lejano recuerdo de bipolarismo, errores y contradicciones, no fueron tan estériles y peligrosos como la etapa que hoy se está abriendo de modo inexorable ante el mundo.
Hay, por fin, que darle a la Asamblea General el papel establecido por la Carta. Hay que rescatar al Consejo de Seguridad del descrédito y las dudas que hoy justificadamente lo lastran, y transformarlo en un órgano verdaderamente representativo – y hablo de la presencia del Tercer Mundo y no del poderío militar como justificación de la membresía – en un órgano democrático – y hablo de eliminar el veto y otras prácticas antidemocráticas – en un órgano transparente – y hablo del cese de los conciliábulos secretos y las decisiones reales tomadas a escondidas por unos pocos e impuestas después al resto.
Las palabras de Cuba puedan ser no compartidas por algunos en esta sala. Entiendo, incluso, que puedan ser tomadas como un ataque hacia algún país en particular. Sin embargo, no es esa la razón. La palabra ha de ser usada para defender la verdad, y eso es lo que Cuba ha hecho y hará siempre. Somos un pueblo pequeño y noble que proclamó hace ya mucho tiempo que para nosotros, los cubanos, “Patria es humanidad.”
La patria es humanidad