Hacía calor en las viñas al este de Stockton el miércoles, 14 de mayo 2008. Estaba más cliente que el día antes cuando la temperatura llegó a 90 grados temprano por la tarde. Hacía más calor que lo normal para el mes de mayo.
María Isabel Vásquez Jiménez empezó a trabajar a las seis de la mañana, cortando brotes.
Cortar los brotes es un paso importante en la producción de vinos de calidad y requiere mucha mano de obra. Al pasar el invierno, muchos brotes aparecen en las vides. La mayoría de estos se tienen que cortar para las que quedan tengan ramos de fruta saludables que al madurarse se convierten en uvas de calidad. No hay máquina que pueda hacer este trabajo.
Ese miércoles, 14 de mayo, fue el tercer día de trabajo para María. Estaba cortando las vides jovencitas que solo tenía unos pies de altura y consecuente no tiraban sombra. Ella tenía 17 años de edad.
En el centro comercial de la Avenida Pacífica en Stockton, los compradores entraban y salían de las tiendas de conocidas marcas como en cualquier otro centro comercial en Estados Unidos. Aunque subían los embargos de hogares, la vida para la gente del Valle Central continuaba como pasaba por décadas. Los empleos y la vivienda estaba más o menos segura para la gente, muchos de los graduados de las escuelas secundarias se matriculaban en el colegio comunitario por un año o dos, muchas familias visitaban los parques de atracciones o disfrutaban del esquí acuático y la primavera era tiempo para los juegos de pelota de pequeñas ligas y los bailes formales de colegios.
María y su novio, Florentino Bautista, trabajaron en la misma viña ese miércoles, 14 de mayo. No hubo agua para los trabajadores hasta las 10:30 AM cuando la temperatura ya había llegado a 75 grados. Cuando llegó el agua, estaba a una distancia de donde cortaba brotes María que le tomaba 10 minutos para llegar. Los trabajadores dijeron que el capataz no permitía un descanso con suficiente tiempo para andar hasta el agua. María cortaba brotes por $8 la hora.
La viña donde María trabajó era propiedad de Fred Franzia, el cuarto elaborador de vinos en Estados Unidos. Franzia y su familia son dueños de 35.000 acres en California y producen 61 millones de galones de vinos anual. Hace 15 años, el gobierno federal acusó a la compañía en los tribunales por complot a defraudar: vendiendo 5.000 toneladas de uvas baratas que fueron camuflajeadas como uvas caras cubrién dolas con hojas de uvas zinfandel. Franzia se declaró culpable y pagó una multa. Pero para una familia que se benefició por varias generaciones de la riqueza hecha por varias generaciones de mano de obra indígena, eso era puro monedas.
María y Florentino vinieron a California desde Oaxaca, México en febrero. Eran novios desde muy jovencitos y se fueron porque apenas había trabajo en Oaxaca. Desde que el Tratado de Libre Comercio Norteamericano permitió a los productores estadounidenses inundar al mercado mexicano con maíz barato debido a subsidios, la agricultura local fue destrozada. Cientos de miles de empleo desaparecieron. Como en muchas de las comunidades indígenas afectadas brutalmente, María y Florentino tomaron el largo y peligroso viaje al norte en busca de empleo. Planeaban casarse y volver a casa en tres años. Mientras tanto, enviaban dinero para ayudar a sus familias en Oaxaca.
Los políticos y periódicos llaman a María una “ilegal”. Una “ilegal” no tiene documentos o “papeles”. Mi abuela dejó su hogar en Venezia cuando era una jovencita para buscar empleo a miles de millas de su pueblo. Cuando llegó a Estados Unidos la gente local la llamaban “wop”. Wop significa “without papers”[sin papeles], pero mi abuela fue más dichosa que María. Ella encontró trabajo en un restaurante barato que empleaban a los trabajadores indocumentados. Ella trabajó por largas horas, pero no bajo un sol incesante en una viña.
Para las tres de la tarde ese miércoles, 14 de mayo, los alumnos de las escuelas salieron y ellos y otros jóvenes empezaron a congregarse en el centro comercial de la Avenida Pacífica, buscando a sus amiguitos, viendo los nuevos juegos de video y la ropa deportiva que llegaron a las tiendas y en general pasando el tiempo. Algunas muchachas trataban vestidos para los bailes de fin de año escolar. Audífonos y teléfonos celulares estaban pegados a casi cada oreja. Afuera de centro que tenía aire condicionado, la temperatura subió a más de 95 grados.
A las 3:40 PM, María se cayó. Estaba inconsciente cuando Florentino y otros trabajadores llegaron a donde ella. En la viña no había ningún plan para emergencias de salud y no recibió ningún tratamiento hasta que la llevaron a una clínica y después a un hospital una hora y media después de caerse. Los médicos en el hospital dijeron que su temperatura estaba a 108,4 grados. María nunca recuperó la consciencia.
El gobernador Schwarzenegger asistió al funeral de María en Lodi y ofreció su pésame a Florentino. Él aseguró antes las cámaras de televisión que habían promulgado protección para los trabajadores agrícolas y que se haría cumplir con las leyes. Cinco meses después, en octubre, el gobernador vetó un proyecto de ley que hubiera mejorado las condiciones de trabajo para los trabajadores agrícolas. En el tiempo entre el funeral de María y el veto del gobernador, cinco más trabajadores agrícolas murieron debido a la calor: Jorge Herrera, Ramiro Carrillo Rodríguez, María de Jesús Álvarez, Abdón Feliz, y José Macarena Hernández. Desde que el gobernador tomó poder, 15 trabajadores agrícolas murieron por condiciones relacionadas al calor.
El invierno llegó a California. Casi toda la cosecha finalizó, y hay pocos trabajadores en las fincas. Pero en la primavera y el verano, los trabajadores estarán de nuevo laborando en el Valle Central con el calor. Otra temporada. Otra María.
Don Santina es un historiador cultural cuyos artículos han aparecidos en varias revistas y periódicos. Él recibió el premio Superior Scribing en el 2005 por su rtículo “Reparations for the Blues”.
Otra temporada, otra María