CARACAS (Prensa Latina) – En Venezuela se hizo popular una frase en las últimas semanas: el 11 de abril se materializó nada menos que un golpe de Estado sin golpistas.
Un brillante parlamentario, en forma irónica, recomendó a uno de los probados artífices de aquella asonada que escribiera un capítulo especial para adicionar al célebre libro de Curzio Malaparte titulado “La técnica del golpe de Estado.”
Y la aseveración surge como resultado de la actitud pública adoptada, tanto por quienes acometieron, antes del señalado día 11, el plan desestabilizador previo para justificar la acción militar, como por quienes la ejecutaron.
La opinión pública asistió, por ejemplo, al largo desfile de elementos vinculados a los hechos por el hemiciclo de la Asamblea Nacional (Parlamento), donde una comisión especial asumió su interpelación para analizar lo ocurrido.
Dos canales de la televisión, uno privado y el único estatal, transmitieron, casi ininterrumpidamente, preguntas y alegatos, presentación de pruebas y verdaderos careos entre interpelados y diputados.
Por la pequeña mesa colocada junto al estrado de la presidencia de la Asamblea, lugar en el cual toman asiento los citados, desfilaron civiles y militares, políticos y expertos en inteligencia, funcionarios y desafiantes golpistas.
Los televidentes pudieron ver allí, en una posición mucho menos triunfalista, a quienes emergieron durante los días 11, 12 y hasta 13 de abril como nuevos gobernantes decididos a barrer con todo lo que oliera al presidente Hugo Chávez.
Sin embargo, para sorpresa general, ahora ni uno solo de los protagonistas reconoció haber participado en el derrocamiento del mandatario constitucional ni pretender vulnerar los derechos de la población.
Atrás, muy atrás, quedaron sus discursos violentos, televisados en aquellos días tan difíciles, y el solitario decreto que disolvió todos los poderes públicos y hasta quitó el calificativo de bolivariana a la República.
Nada de repetir las anécdotas narradas por ellos mismos a los solícitos canales de televisión privados en las horas del triunfo, donde explicaban los largos y sacrificados meses de conspiración y las heroicas actuaciones en unidades castrenses.
Ahora se habla de un “vacío de poder” que, casi contra su voluntad, debieron llenar nombrando al empresario Pedro Carmona como presidente de facto porque “era el único que estaba por allí,” según increíbles palabras del ex jefe del Ejercito.
El presidente Chávez, alegan, no fue detenido, solo se le colocó “bajo protección” para ver si se le convencía a firmar la renuncia al cargo y por eso se le hizo recorrer cuatro prisiones diferentes en menos de 40 horas.
Un oficial al cual se le grabó una conversación telefónica donde anunció que atacaría la embajada de Cuba y habló de agredir a la esposa del embajador, no encontró mejor excusa que asegurar que le violaron sus derechos al divulgar “conversaciones íntimas.”
Quienes en las horas siguientes al golpe se cansaron de demostrar públicamente su importante participación en él, lo desmintieron ante los parlamentarios, pero enmudecieron cuando se les exhibieron vídeos con sus propias palabras.
El poco elegante retroceso no se vio solamente en la sede del órgano legislativo, pues también se encontró fácilmente en las páginas de los medios de difusión escritos y hasta en un canal televisivo que fue sede de las reuniones clandestinas.
Decenas de artículos y declaraciones de los más conspicuos conspiradores quieren demostrar que siempre estuvieron apegados a la Constitución, eran incapaces de querer derrocar por la fuerza al gobierno, y aun siguen en esa posición.
Claro esáa que, tanto en el Parlamento como fuera de él, los opositores de Chávez. solo admiten como única posibilidad de entendimiento y paz en la nación, la pronta salida del mandatario del poder.
En esa dirección van ahora los esfuerzos buscando subterfugios legales, pidiendo recortes inconstitucionales del mandato presidencial y reclamando el cese de los jefes de los poderes públicos que no fue posible conseguir por la fuerza.
Para la nueva campaña, se unen los mismos actores que trabajaron juntos antes del 11 de abril para crear el ambiente propicio a la intervención castrense, con la renovada esperanza de tener más suerte en el próximo intento.
Los partidos tradicionales opositores, con poca clientela política, se arropan con la llamada “sociedad civil”, extrañamente formada solo por parte del 20 por ciento de la población favorecida por ingresos que le permiten una vida acomodada.
De todas formas, al escribirse la historia de esta convulsionada etapa de Venezuela, quizás algún capítulo recogerá, solo en breves frases, el episodio de ese golpe de Estado que, como hijo cruelmente abandonado, se quedo sin padres.
Venezuela: Un golpe sin golpistas