No fue ninguna sorpresa para mí que casi toda la gente que encontré durante un viaje reciente de tres semanas por el medio oeste quisieron recordarme de inmediato que estas elecciónes son las más importantes de sus vidas.
Mientras que estaban de acuerdo que la tarea política predominante es derrotar a Bush y a sus contrapartes en el Congreso y elegir a Kerry y a un Congreso más favorable a la gente, nadie quiso redujirlo a una sencilla competencia entre los partidos demócrata y republicano.
Estas elecciónes, me dijeron, continan una lucha de casi 24 años contra las fuerzas de la reacción política extremista que ahora se encuentran atrincheradas en la Casa Blanca, en el Congreso y en la Corte Suprema — pero con esta diferencia: El 2 de noviembre bién podía marcar el momento crucial por el bien o por el mal.
Una victoria de Bush daría a la ultraderecha luz verde para incrementar su proyecto de formar de nuevo, de manera drástica y unilateral, el paisaje doméstico e internacional para servir a los intereses del imperialismo norteamericano.
Por otra parte, una victoria de Kerry y del amplio movimiento democrático que lo apoya sería un golpe contundente a la extrema derecha, traería un cierto alivio en cuestiones materiales inmediatas, y levantaría el sitio a la constitución política de nuestra nación.
También crearía a un terreno político mucho más favorable, en el cual el movimiento popular podría luchar por su agenda, comenzando con poner fin a la ocupación de Iraq.
Así que son tan altas las apuestas y, si eso fuera poco, el electorado queda tan dividido que el resultado dependerá de cual campaña pueda promover al voto más grande.
Dadas estas circunstancias, ¿cual debe ser el papel de los izquierdistas y progresistas?
No hay que analizar a cada palabra, revisar cada discurso, y escudriñar a cada declaración de Kerry, ni tampoco condenarlo con alabanza débil. Su tarea principal, como lo veo yo, es presentar un enfoque más agudo sobre las diferencias entre las dos líneas políticas representadas por Kerry y Bush respectivamente, para delinear el campo de juego político sumamente mejorado que una victoria de Kerry traería consigo, y, sobretodo, participar en los esfuerzos de base para movilizar el voto.
Haciendo esto, la izquierda ayudará a los votantes a obtener una comprensión del cuadro más grande, ampliar los esfuerzos prácticos para llegar al electorado, y fortalecer sus conexiones con las organizaciones democráticas principales — conexiones que son críticas para las luchas postelectorales.
A través del país hay un sentimiento cada vez mayor contra Bush, pero esto solo no basta. Lograr la victoria exige que millones estén convencidos de que las diferencias entre Bush y Kerry son verdaderas, substanciales y importantes a sus vidas en un ámplio rango de cuestiones: Seguro Social, seguro médico, cuidado de salud, horas extra, salario mínimo, educación pública, acción afirmativa, derechos reproductivos, derechos de inmigrantes, los derechos de gays, libertades civiles, política impuestaria, protección del medio ambiente, Cuba, guerra preemptiva, pruebas y uso de las armas nucleares.
Hasta sobre la cuestión de Irak, hay diferencias entre los dos. Pero más importante, la derrota de Bush sería un rechazo a su política de guerra y de ocupación, y eso no podría ser descartado por una administración Kerry. Así, la observación que se oye en algunos círculos de la izquierda, que “votaré por Kerry pero tapápandome las narices,” es ineficaz e inmobilizadora. Puede traer una cierta autosatisfacción momentánea a los que la expresan. Pero hará poco para convencer a votantes indecisos o abtencionistas a que vayan a votar.
En mi experiencia, aparte de los comentaristas radiales derechistas de este mundo y sus oyentes leales, muy poca gente cree que Kerry es un candidato del movimiento izquierdista y progresista. La mayoría sabe que él está ligado estrechamente a la clase dominante norteamericana, y que es un defensor del capitalismo, al igual que Bush.
Sin embargo, esta afiliación común de clase y el amor que tienen los dos al sistema de la “libre empresa” no evita que muchos votantes entiendan que Kerry es un centrista político y que abraza políticas distintas a Bush.
Tampoco les impide darse cuenta que una victoria de Kerry daría a los movimientos amplios una palanca política que ahora no tienen.
El peligro más grande de estas elecciones no es que millones de gente tengna expectativas poco realistas de una administración Kerry, pero más bien que una sección substancial de votantes todavía cree que no haría mucha diferencia por quién voten el 2 de noviembre.
La responsabilidad de los izquierdas y progresistas no es pasar su tiempo quejandose por los defectos de Kerry, pero convencer a millones que sí hay una opción, y que el resultado de estas elecciónes llevará consecuencias enormes para el futuro de nuestra nación.
Sam Webb es presidente del Partido Comunista EEUU.
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El papel de la izquierda en estas elecciones