Durante su discurso de inauguración del 1 de enero el nuevo alcalde de la ciudad de Nueva York, Bill de Blasio, se comprometió a enfrentar como prioridad principal la obscena diferencia en la distribución de la riqueza en la Gran Manzana. Él la había llamado una "historia de dos ciudades" a lo largo de su campaña, pero en su discurso de inauguración reafirmó que el fin de las "desigualdades económicas y sociales que amenazan con desbaratar la ciudad que amamos" no era un discurso barato para ser elegido, sino el principio básico del programa de su administración.
Los otros altos funcionarios de la ciudad que acaban de asumir su cargo, la defensora pública Leticia James y el Contralor Scott Stringer, también hicieron promesas similares, aunque ampliaron aún más su alcance. James, la primera mujer de color elegida para ocupar un cargo oficial que abarque toda la ciudad de Nueva York, criticó las políticas en favor de Wall Street que aplicó el alcalde saliente Michael Bloomberg y han llevado a "una edad dorada de la desigualdad, en la que refugios para desamparados y proyectos de urbanización decrépitos para personas de escasos recursos han sido olvidados para dar paso a brillantes condominios de varios millones de dólares".
Stringer dijo que iba a seguir una agenda progresista y basada en la "responsabilidad fiscal" que pueda "levantar a todos los neoyorquinos", recalcando que los dos elementos no son mutuamente excluyentes.
Nueva York es una ciudad excepcional, pero sus problemas no son únicos. Lo que de Blasio describió como la "crisis silenciosa" de las disparidades en materia de riqueza afecta a todas las ciudades de Estados Unidos. De hecho se trata de un tren fuera de control que amenaza con crear un caos, no sólo para los sectores urbanos, sino para ciudades y suburbios, reservaciones y pueblos por igual. Para este escritor procedente de Chicago, donde el actual alcalde se ha ganado el título de "Alcalde del Uno por Ciento", la promesa de cambiar las políticas que favorecen a los súper-ricos es música para los oídos.
Sin embargo, la crisis no se ve igual en todos los lugares. Detroit -una ciudad que también podría ser descrita como singular- se enfrenta a una quiebra provocada por años de desigualdades raciales y de clases, condiciones económicas y sociales que quizás en el detalle sean muy diferentes de las de Nueva York, pero todas las ciudades están luchando, de un modo u otro, en áreas de interés público, como educación pública, pensiones, impuestos, empleo y salarios, vivienda asequible y prejuicios raciales en las políticas de aplicación de la ley y de la justicia penal.
Los residentes de las ciudades grandes y pequeñas ven que sus escuelas públicas necesitan desesperadamente financiación, mientras que las organizaciones corporativas privadas como las EMO y las escuelas charter siguen absorbiendo recursos públicos. Los empleos con bajos salarios en la industria de alimentos y el comercio minorista frenan las economías urbanas. Los sistemas de transporte masivo languidecen y las políticas en materia policial dirigidas a acosar a la juventud de color siguen alimentando al "complejo industrial de prisiones" con nuevas generaciones de jóvenes.
La lista podría continuar lamentablemente, y con cada problema aumentan y se intensifican las desigualdades raciales y de clase. Algunos llaman a esto "el urbanismo neoliberal", en el que los mercados de capitales rigen libremente la economía local y con ello asumen el control social, político e ideológico. Para decirlo de otra manera, la crisis de las ciudades tiene su origen en el capitalismo.
La lucha por avanzar tiene muchas formas y se efectúa en muchos ámbitos con diferentes coaliciones y movimientos. La victoria de de Blasio ha ofrecido una nueva esperanza de que podría producirse un cambio progresivo a nivel nacional en cuanto a la lucha contra las desigualdades raciales y de distribución de la riqueza que asolan a las ciudades de nuestro país.
A principios de diciembre, de Blasio y más de una docena de otros alcaldes electos fueron invitados a la Casa Blanca para reunirse con el presidente Obama. Luego de la cita, de Blasio describió lo que se podría definir como un consenso de intereses entre los alcaldes que podría ser la base de un movimiento nacional.
"Algo está pasando aquí" cuando alcaldes de todo el país le dicen al presidente lo mismo con respecto a la pobreza y la educación de la primera infancia, dijo de Blasio después de la reunión.
"La lucha contra la desigualdad es la misión de nuestro tiempo", dijo.
Ese movimiento -que combina las luchas contra las desigualdades raciales y de clase- tiene preocupados a los titanes corporativos y sus campeones. De Blasio, al igual que Obama, será desafiado por los acontecimientos y una oposición feroz, en primer lugar por parte de la extrema derecha. Wall Street se asegurará de eso. Las grandes corporaciones se han estado alimentando de los contribuyentes durante décadas, ya sea mediante la privatización de los recursos públicos o a través de subsidios fiscales y créditos con la promesa de crear puestos de trabajo.
Un ejemplo: hace poco la Bolsa Mercantil de Chicago -una de las mayores instituciones financieras del mundo- recibió 15 millones de dólares de la ciudad de Chicago para pagar la renovación de sus baños a cambio de unos pocos cientos de puestos de trabajo y la promesa de permanecer en Chicago hasta 2017. En otras palabras, la ciudad estaba dispuesta a pagar el "rescate" después de que la bolsa amenazara con mudarse de ciudad. Después de la protesta pública, la bolsa rechazó el dinero.
El movimiento progresista también tendrá el reto de salir de su zona de comodidad y construir coaliciones con aliados, comenzando con el movimiento obrero, para ampliar su alcance actual. Para hacer frente a los problemas de la desigualdad es esencial aplicar una nueva política industrial verde que se base en los salarios sindicales. Reconstruir puentes y fábricas y proporcionar viviendas asequibles es inevitable. Eso significa soluciones a nivel nacional y estatal. Las elecciones legislativas de 2014 seguramente serán parte del desafío. Si los republicanos del Tea Party tienen éxito en continuar su dominio en el Congreso y las legislaturas estatales, el renovado impulso de un movimiento progresivo nacional para acabar con la pobreza y las desigualdades raciales tendrá que escalar una montaña mucho más grande.