Las protestadas y la ira popular que brotaba de estas entre los pueblos del mundo tuvieron un impacto en los líderes de los G20. Ante de la cumbre, el presidente de Brasil, Lula da Silva, dijo que la responsabilidad por la crisis económica se podía encontrar entre la directiva de las compañías financieras occidentales como JP Morgan Chase, Citigroup, Royal Bank of Scotland, Goldman Sachs, DeutscheBank, y Société Générale (entre otras). En la Cumbre del G20, el anfitrión Gordon Brown, primer ministro del Reino Unido, anunció el “fin al Consenso de Washington” y apeló por reordenar la economía mundial, que incluiría muchas regulaciones e intervención gubernamental.
El Consenso de Washington fue la filosofía que guiaba el capitalismo extremo formulado Milton Friedman y sus aliados en la Escuela de Economía de Chicago. Ellos fueron los principales asesores económicos al general Augusto Pinochet en Chile, primera ministra Margaret Thatcher en el Reino Unido, presidente Ronald Regan en Estados Unidos, y un grupo más de dictadores y pillos alrededor del mundo desde los años 1980s en adelante.
Las ideas de Friedman nos dirigieron a la doctrina de “Terapia de Choque” impuesta primero en América Latina en los 1980s, y después a los países de Europa Oriental y la ex Unión Soviética desde el 1989 en adelante.
Esto produjo aun más pobreza a nivel global, trastornando las vidas de cientos de millones alrededor del mundo, y casi control total de la riqueza del mundo por un puñal de instituciones financieras occidentales y corporaciones multinacionales. Con un énfasis sobre mercados financieros no regulados, libertad de movimiento para las corporaciones, menoscabar los derechos de los trabajadores y las protecciones de seguridad en el sitio de trabajo, destrucción de regulaciones sobre el medio ambiente, y la privatización de todos aspectos de la economía de una nación, el modelo del Consenso de Washington forzó a los trabajadores a un “concurso hasta el fondo” en términos de salario y condiciones de trabajo, contribuyó a la aceleración rápido del calentamiento global, y transformó a gobiernos de agentes responsables por el bienestar de sus ciudadanos a agentes de seguridad para proteger los intereses del capital global financiero y las corporaciones multinacionales.
Con Reagan en la Casa Blanca y Thatcher en 10 Downing Street, los que abogaban por el Consenso de Washington tomaron control del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, usando estas instituciones poderosas como mecanismos para imponer una política económica draconiana a los países con muchas deudas como las ex colonias que recientemente han ganado su independencia de los estados imperialistas occidentales como el Reino Unido y EEUU.
Para asegurar su control perpetuo de la economía global, los promotores del Consenso de Washington obligaron a países aceptar una serie de pactos de “libre comercio” en los 1990s, incluso el Tratado de Libre Comercio Norteamericano y la conformación de la Organización Mundial del Comercio que aumentó aun más el alcance, libre de barreras, de las corporaciones multinacionales y el capital financiero. Fue dentro de este marco que formó la base de la crisis económica global de hoy.
Como notó Sam Webb, presidente nacional del Partido Comunista de EEUU, en un informe al Comité Nacional del partido el 21 de marzo 2009, esta crisis “la cría de la crisis de la sobreproducción… y la sobre acumulación… que están al centro de la dinámica y contradicciones del capitalismo. Esto es una crisis del capitalismo en el cual las relaciones de producción son grilletes parasíticos para el desarrollo de sus fuerzas productivas”.
La clase obrera y sus aliados que salieron a las calles alrededor del mundo en la última semana entienden claramente la naturaleza y la fuente de la crisis actual. En México, el dirigente sindical Luis Alfonso Vargas Silva explicó que la crisis económica lo deben pagar los ricos que son responsable por él, y no los trabajadores “cuyas vidas están presas dentro del sistema capitalista”
En Londres, Estrasburgo, Roma y otros lugares, las pancartas proclamaban que “El capitalismo ha fracasado” y que era necesario construir un nuevo orden económico global basado en justicia, igualdad y con derechos para los trabajadores, sobre las ruinas del sistema actual. Como Webb dijo al Comité Nacional del Partido Comunista, estamos en un tiempo cuando “los parámetros de lo posible ha aumentado geométricamente… Es durante el curso de este y otras luchas que el balance de poder cambiará y nuevas aperturas abrirán para reformas de gran alcance de una naturaleza anticorporaciones y hasta socialista”. Las acciones globales de la pasada semana indican que hay un creciente movimiento popular a favor de una transformación profunda de la economía mundial y apunta a la profundización de solidaridad de los pueblos en cada continente y en cada país para trabajar en pos de un futuro más justo.
Paz > Protestas mundiales apuntan a mejor mundo