Un día con Gladys Marín

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WASHINGTON – La muerte de la líder del Partido Comunista chileno, Gladys Marín, a la edad de 63 me trajo recuerdos del día en 1974 que yo pasé con ella en el Congreso visitando a los senadores y representantes. Fue una de las pocas veces en mis casi 40 años como un periodista en Washington que yo crucé la linea que previene a los reporteros “cabildear” en favor de “política partidaria”. Cuando la Liga de Jóvenes Trabajadores por la Liberación me pidió que haga arreglos para la visita de Gladys, yo me pregunté, ¿Como puedo decir no, sabiendo por lo que ella ha pasado? Pues lo hice y mantuve los dedos cruzados que no perdiera mis credenciales de prensa del Congreso.

Todavía, fue muy difícil hacer arreglos en tan poco tiempo. La mayoría de las reuniones fueron encuentros espontáneos en los pasillos de la Cámara y el Senado. Gladys y yo acorralamos al senador demócrata por Hawaii, Daniel Inouye, al final de una vista pública en el Edificio Kirksen de Oficinas del Senado. Yo le dije a Inouye que Gladys era una “colega” visto que ella era miembro del parlamento chileno hasta que la sacaron durante el golpe de estado fascista instigado por el general Augusto Pinochet.

Eso fue suficiente. El senador Inouye paró para escuchar. Él es un héroe de combate que perdió un brazo peleando contra Hitler durante la Segunda Guerra Mundial. Él sabe algo sobre el fascismo. Él se sentó con ella para escucharla relatar la terrible experiencia de su pueblo, el asesinato de miles por los fascistas, entre los cuales se encontraba su esposo, Jorge Múñoz, entre los cientos de desaparecidos.

Inouye le dijo que él haría lo que pudiera, incluyendo argumentar contra aumento en ayuda militar a la dictadura chilena.

Entonces cruzamos el pasillo hacia la oficina del senador James Abourezk, demócrata por Dakota del Sur. Yo estaba tratando de no llamar la atención pero Abourezk insistió en que yo acompañara a Gladys, la persona que estaba traduciendo y él, en su oficina. Él me miró de cerca y me dijo, “Yo me recuerdo de usted. Usted es un periodista”.

Yo creo que me volví blanquito. ¡Me cogieron! Me van a quitar mis queridas credenciales. Yo contesté, “Sí, pero no estoy trabajando ahora”. Ayudando a una “colega y amiga”. Yo le prometí que si él quería todo sería mantenido confidencialmente.

Un intercambio animado tomó lugar con Abourezk, uno de solo dos o tres estadounidenses de descendencia árabe en el Congreso de EEUU, cuestionando a Gladys mucho sobre las condiciones en Chile. Ella explicó que ella estaba viviendo en el exilio y viajando por el mundo para crear un movimiento de solidaridad con la esperanza de restaurar la democracia en su país. Otra vez, Abourezk prometió hacer todo que pueda para promover la causa en los salones del Congreso de EEUU.

En el otro lado del Capitolio, fuimos a la oficina de la congresista demócrata por Nueva York, Bella Abzug, otra vez sin cita. Casi chocamos con ella en el área de recepción de su oficina. Con su característico sombrero grande, ella estaba en camino a la sala de la Cámara. Yo le supliqué que le otorgara unos minutos a Gladys. “No tengo tiempo”, dijo bruscamente. “¿Porqué no llaman para una cita?”, dijo mientras salía.

“Señora Abzug”, yo exclamé, “Gladys Marín es su colega, un miembra debidamente elegido del parlamento chileno. Tienes que escuchar su historia”. Para mi sorpresa, Abzug se viró. “Está bien. Entren”. Ella nos llevó a su oficina y se sentó con una expresión malhumorada.

En una voz baja Gladys dijo, “Después del golpe en septiembre del año pasado fui obligada huir por mi vida. Estoy viviendo en el exilio como muchos otros del gobierno de Unidad Popular. Estamos trabajando para construir un movimiento de solidaridad contra la dictadura. Necesitamos su ayuda”.

En el momento que Gladys empezó hablar, Abzug estaba silenciosa, escuchando, absorbiendo todo lo que decía.

“¿Tienes familia?” le preguntó. “Sí. Mi esposo Jorge Muñoz está desaparecido. Fui obligada dejarlo a él y mis dos hijos atrás. No sé si mi esposo aun vive”.

Gladys seguió para relatar los terrores que sufría la gente chilena, su voz temblando con emoción. Se le aguaron los ojos a Abzug. “Eres una mujer joven de valentía”, ella le dijo. Abzug también prometió hablar con más fuerza contra la complicidad de Washington con el régimen fascista. Al salir Abzug le dio un abrazo caluroso a Gladys.

Cuando llegó el fin del día, habíamos visitando a 15 o más oficinas, reuniendonos con legisladores y sus ayudantes. Gladys estaba muy contenta. Ella me dijo que nosotros en el Partido Comunista de EEUU y la Liga de Trabajadores Jóvenes por la Liberación estabamos subestimando lo que podíamos hacer para desenmascarar a Pinochet y poner fin al apoyo estadounidense por el régimen.

En los años que siguieron, Chile fue parte de mi cobertura periodística en Washington. Y, claro está, yo seguí la carrera de Gladys, su regreso a Chile, su campaña para el Senado chileno, su elección como la líder del Partido Comunista de Chile. Ella fue la primera en radicar una demanda contra Pinochet y sus compinches carniceros, buscando justicia por el asesinato de su esposo y 10 otros dirigentes comunistas.

Pero la Gladys que yo recuerdo es la bella mujer con la cual yo pasé un día en el Capitolio, sus ojos oscuros lleno de tristeza, su firmeza bajo fuego. Ella es La Pasionaria de Chile, su Madre Coraje.