Una mujer querida por millones

BERLIN — En junio fueron encontrados los restos de una pequeña mujer de edad mediana; su cadáver brutalizado había sido tirado al canal de Berlín en enero. El año fue 1919. A los noventa años de su muerte, muchos alemanes y gente de todos los continentes todavía pronuncian su nombre, Rosa Luxemburgo, con un cariño verdadero.

Nacida en 1871 de una familia judía adinerada en una zona de Polonia dominada por la Rusia zarista, comenzaba su lucha a favor de los trabajadores oprimidos cuando todavía estaba en la preparatoria. Pocos años después, amenazada con ser arrestada, huyó a Suiza, en donde sacó su doctorado, y a los 26 años de edad fue teorética destacada en cuestiones políticas y económicas. Aun en el exilio, ayudó a fundar un nuevo partido revolucionario en Polonia.

Luego de casarse con un ciudadano alemán, se cambió a Berlín y muy pronto se destacó allí en el Partido Socialdemócrata, en ese momento el más grande del mundo. A pesar de su poca estatura y una ligera cojera, resultado de una enfermedad infantil, “Rosa Roja”, como muchas veces se la llamaban, desafiaba al dominio masculino para llegar a ser una de los oradores de izquierda más buscadas en el país, mientras que sus artículos periodísticos resultaban tan candentes y elocuentes como sus discursos.

Pero muy pronto enfrentaba dificultades por ambos. Muchos dirigentes, con sus escaños en el parlamento u puestos en el gran aparato partidario, estaban perdiendo entusiasmo por los discursos apasionados y los programas audaces. Tuvieron la tendencia de ponerse los ojos en blanco cuando platicaba gente como Rosa de revolución; preferían reformas al sistema de “libre empresa” que quizás, un día de estos, podían llegar a alguna clase de socialismo. Las huelgas generales los espantaban, y mientras más se acercaba la Primera Guerra Mundial, más buscaban ellos menospreciar la idea de solidaridad tras fronteras para prevenir que gente de clase trabajadora no tengan que disparar uno contra el otro.

Desgraciadamente, cuando comenzó la guerra mortífera en 1914 los partidos socialdemócratas en Alemania, Francia y otras partes se olvidaron de sus principios pacifistas, abordaron el tren de la guerra, y apoyaron a la guerra de las corporaciones y los generales. Un solo diputado del Reichstag alemán, Carlos Leibknecht, amigo y colaborador de Rosa, tuvo la valentía de votar en contra de los fondos para la guerra. Rosa, Carlos y otros compañeros con ideas similares comenzaban de inmediato a organizarse en contra de la guerra, manteniendo contactos con socialistas opuestos a la guerra en Francia y otros países “enemigos” por medio de la Suiza neutral. Nombraron a su grupo “Spartakus Bund”, por el líder de una rebelión de esclavos en la Roma antigua. Pero en 1915 Rosa fue arrestada, encarcelada, liberada brevemente, y luego encarcelada de vuelta en 1916 hasta el fin de la guerra.

Desde la prisión, ella estaba muy pronto enviando textos de contrabando para panfletos contra la guerra. Escribía notas en un diario personal, además de gran número de cartas, no solo sobre cuestiones políticas sino también sobre la literatura, la historia, y descripciones exquisitas de pájaros y hasta escarabajos observados desde su ventana. En muchas de sus cartas escribía ella de asuntos personales, muchas veces a la esposa de Carlos Leibknecht, que fue arrestada también en 1916, y a un hijo de la gran feminista y socialista alemán Clara Zetkin, Maxim, para Rosa uno de sus grandes amores, de los cuales todos resultaron, para ella, en tragedia.

Cobraba siempre más fuerza el movimiento contra la guerra. En noviembre de 1918, un levantamiento de unidades navales en Kiel fue la chispa de una revolución que le obligó al káiser a renunciar su trono, puso fin a la guerra, y casi lograba crear la república socialista que Carlos Leibknecht, recién liberado de la cárcel al igual que Rosa, había proclamado del balcón del palacio del ex káiser.

Pero dentro de horas, Frederico Ebert, dirigente socialdemócrata que había apoyado la guerra hasta el último momento, se apoderó del liderazgo en Alemania, reuniéndose con generales reaccionarios del Ejército para evitar cualquier solución socialista al caos consecuente a la pérdida de la guerra. En el fin de semana de año nuevo 1918-1919 fundaron los dirigentes de Spartakus un nuevo Partido Comunista. Pero un levantamiento desesperado una semana después en el distrito periodístico de Berlín, utilizando fardas de papel de periódico como barricadas, fue derrotado rápidamente; cientos fueron masacrados, y la revolución fue aplastada.

Con exigencias abiertas en la prensa por su muerte, Carlos Liebknecht y Rosa entraron en la clandestinidad. Pero muy pronto fueron delatados; dentro de horas, fueron asesinados a golpes y tiros por militares ultraderechistas. Fue comprobado por confesiones posteriores que los socialdemócratas gobernantes habían aprobado al linchamiento. El gobierno que resultó, conocido como la República Weimar, fue descartado 14 años más tarde cuando emprendían los nazis su sendero de asesinatos y aniquilación masiva.

La muerte de Rosa y de Carlos fue lamentada por un sinnúmero de trabajadores alemanes. Después de la Segunda Guerra Mundial, la República Democrática Alemana revivió la tradición prehitleriana de marchar a medianos de enero al sitio de las tumbas de los dos mártires; el monumento destruido por los nazis fue reemplazado por uno nuevo. Aun después de la caída de la muralla y con ella, de la RDA, cada año decenas de miles, jóvenes y ancianos, todavía dejan claveles rojos alrededor de la gran piedra y los monumentos a otros socialistas y comunistas alemanas, mientras izquierdistas de toda Alemania y otros países demuestran su compromiso a seguir luchando por un mundo mejor.

Todavía hay quienes tratan de pintarle a Rosa como anticomunista, siempre citando a sus palabras: “La libertad es siempre la libertad para los que piensen de manera distinta.” Pero aunque mantuvo sus diferencias con Lenin sobre varias cuestiones, ella apoyaba resueltamente a la Revolución de Octubre en Rusia, y jamás renunció su creencia: “El derrocamiento del dominio del capital, el establecimiento de un sistema social socialista; esto y nada menos esto es el tema histórico de la revolución actual”.