¿Podremos evitar la "marea sangrienta" de la historia?

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Soñé que vi. a San Agustín

Vivo y con aliento encendido

Y soné que andaba entre ellos

Que lo sacaron a matar.

Ay, me desperté airado,

Tan solo y tan asombrado.

Me puse los dedos al vidrio

Y lloré con cabeza bajada

- Bob Dylan, 1(Traducción libre)

Duró 300 años la destrucción del Imperio Romano occidental, terminando con el saqueo de Roma. El modelo económico dominante del imperio fue el del trabajo forzado de los pueblos conquistados y el otro botín de la conquista que fue utilizado para pagar los soldados para que peleen. Aunque se movía más lentamente la historia social en tiempos de los romanos y aunque uno pueda argumentar que en aquel entonces la conquista fue el único camino realista hacia el crecimiento económico, resultaba un modelo económico insostenible. Fue derrotado en numerosas batallas, en las cuales casi siempre se incluía la destrucción de los símbolos y las instituciones del antiguo régimen, incluso extinguir a cuantos "símbolos" humanos que eran necesarios para sepultar a la odiada autocracia romana.

La Iglesia Católica Romana, comenzando con San Agustín, tomó el lugar del imperio como la pegadura moral y social de la sociedad que luego lo sucedió. El modelo económico europeo se evolucionaba gradualmente al feudalismo. El feudalismo reemplazaba a la esclavitud con la servidumbre de los siervos medievales como modo dominante del trabajo y de la producción agrícola (que fue casi pura producción).

En este modelo el siervo no poseía nada de la tierra, pero se le debía una parte del producto de sus labores. Las doctrinas de derechos, obligaciones y deberes de los trabajadores fueron aplicados muy estrictamente por las enseñanzas morales de la Iglesia. Una Gran Cadena de la Existencia en la cual toda autoridad surge de Dios y los santos, por medio del Papa y de la Iglesia, a los reyes y las reinas y la nobleza a sentarse sobre las espaldas de los siervos y campesinos, servían como una orden económica relativamente estable en comparación con la esclavitud y la guerra.

Bajo el dominio romano todos los poderes humanos fueron investidos en las personas de los emperadores, los generales y la nobleza. Bajo las relaciones feudales se metían los clérigos con las élites, el único camino hacia el poder que no fue predeterminado por nacimiento. Dominaba el régimen feudal durante mil años, más o menos, hasta el lento desarrollo de la ciencia, las artes, el comercio y la tecnología dio lugar a formas no agrícolas de riqueza y de producción incompatibles con una sociedad aristocrática de terratenientes.

La época burguesa capitalista abrió las puertas de la acumulación de las riquezas a inmensos masas de gente en comparación con el feudalismo. Mercaderes, artesanos y fábricas, cada uno en su turno, chocaban con las barreras del feudalismo. Las revoluciones en nación tras nación dejaban degollados a reyes y a reinas, derrocando sus privilegios y a sus lacayos, y reemplazaban a la iglesia de San Agustín y a la Gran Cadena de la Existencia con gobierno cuya autoridad fue derivada del consentimiento de los gobernados. Al igual que los romanos, con pocas excepciones, no había escape para las viejas clases dominantes de la época feudal, ninguna evasión, ningún truco que reversaría o detendría el funesto destino de todas las relaciones añejas y venerables que les sostenían. Al igual que los símbolos de Roma, usualmente fue necesario acabar con los símbolos del feudalismo y de San Agustín para negarlos para todo y siempre cualquier posibilidad de regresar al poder.

En ninguna instancia fue más evidente esa paradigma revolucionaria que en la Revolución Francesa. En la Revolución Norteamericana las instituciones del feudalismo, la monarquía británica, tuvo raíces bastante menos profundos que en Francia o en otras partes de Europa. Aun así, para derrotar las instituciones del feudalismo británico en las colonias norteamericanas hacía falta una guerra, una constitución política completamente nueva y una nueva filosofía de gobierno.

Tan poderosa fue la brecha moral señalada en esta transformación que la primera propuesta de Benjamin Franklin por la disposición a las fuerzas contrarrevolucionarias "que habían levantado armas contra los Estados Unidos" fue la de procesarlos por traición a la patria, una sanción que hubiera sido aplicable a uno de sus propios hijos. Pero, al fin resultó que Franklin se acordó a la perdida de todas sus propiedades como castigo. Para su propio hijo, la consecuencia de su traición a la patria fue expulsión de EEUU y el sacrificio de su propio hijo (el nieto de Franklin) a su famoso abuelo.

Al igual con las relaciones feudales, las crecientes relaciones comerciales e industriales de la época capitalista en Norteamérica también acabaron terminándose con el sistema esclavista en el sur de EEUU. Otra vez, no hubo compromiso, ni rescate, ni "trato" capaz de borrar al antagonismo entre el sistema esclavista y el capitalismo industrial basado sobre el libre trabajo, libre en el sentido de "libertad a renunciar un trabajo, libertad a despedir o a descansarles a trabajadores, libertad a ocupara a quien quiera." Y el "trabajo libre" se comprobó como insostenible sin el auge consecuente de la democracia también. La Confederación Sureño escogió a la rebelión sobre cualquier compromiso. Se tuvieron que arrasar a sus plantaciones y había que acabar para todo y siempre con todas sus instituciones para todo y siempre, aplastar y destruir a sus ejércitos a un costo de 600.000 vidas humanas para luego progresar.

Pero frente a demandas públicas y de los soldados a colgar al general confederado Robert E. Lee y a sus oficiales de todos los árboles desde Appomattox hasta Washington, Abraham Lincoln respondió a la negativa, "con malicia a ninguno y caridad a todos" a vendar las heridas de una nación.

Que el auge de la democracia es inseparable del aumento de productividad, del alfabetismo y del valor del capital humano, los talentos y el poder laboral de la gente trabajadora, debe ser obvio. No solamente el nacimiento, la propiedad y las devociones religiosas, pero la ciudadanía pura y sencilla ya admite a decenas de miles más seres humanos al pleno sufragio. Pero no resulta tan obvio. Libera el capitalismo fuerzas productivas antes inimaginables. Pero también hace corrumper a la misma democracia que lo dio a luz, con desigualdades de riquezas y poder tan inmensas que provocan conflictos rápidos y frecuentes que desmoronan a sociedades y naciones enteras.

Testifican la primera y la segunda guerra mundial con sus 75 millones de muertes a la violencia con la cual la democracia, y en especial la extensión de los derechos concretados en las ideales de las revoluciones Francesa, Estadounidense y Rusa a todos los que trabajan, se recibe por los intereses adinerados y poderosos nuevamente atrincherados de las corporaciones y de sus dueños.

La victoria de las fuerzas democráticas en la Segunda Guerra Mundial propulsaba esta ola democrática a nuevas alturas, contra el apartheid, la segregación, la opresión colonial y el dominio imperial. La resistencia no violenta a la opresión no tuvo su origen con Mahatma Gandhi en la lucha independentista de la India, ni tampoco con el Dr. Martin Luther King en el movimiento por los derechos civiles en EEUU, pero antes de ellos el camino de revolución y del degolladero de los poderes dominantes era virtualmente el único sendero con posibilidades de prevalecer.

La gran crisis económica que comenzaba en el 2008 muestra todos los índices de una profunda crisis estructural muy parecida a las que han puesto a dura prueba a las instituciones económicas, políticas y de clase en tiempos pasados. La desigualdad de riquezas está por las nubes y las instituciones democráticas existentes ya exhiben grandes dificultades en mantener la estabilidad.

La reacción, los ricos y muchas grandes corporaciones ya están movilizando fuerzas para nulificar y corromper a la democracia a todos los niveles. La sociedad norteamericana ya se está transformado en una casa divida contra si misma. Esfuerzos por encontrar un terreno común están rechazados, satanizados y asaltados. Las soluciones Keynesianas a la crisis económica, aumentos al gasto público en trabajos e ingresos para aumentar demanda, se vivifican y se hunden bajo toda clase de distracciones racistas, nativistas, religiosas y fascistoides.

Se atacan abiertamente a los derechos electorales, sindicales y de la mujer. Se anima la violencia contra inmigrantes, liberales, socialistas, los pobres, los destechados, los musulmanes, etc. El civismo queda abandonado, la ciencia despreciada, el arte y la cultura, especialmente la cultura internacionalista y progresista, expulsada de las escuelas. Casi todas las naciones "avanzadas" ya sufren de sus distintos grados de locura y del pensamiento fascista.

¿Será desencadenada una vez más esa "marea sangrienta"?

"La oscuridad no puede expulsar a la oscuridad; sola la luz puede hacerlo. El odio no puede expulsar al odio; solo el amor puede hacerlo." La herencia y las enseñanzas del Dr. King ya quedan inscritos en el monumento conmovedor e histórico a su lucha permanente por la igualdad en el Mall de Washington, en plena vista del lugar en donde él entregaba su famoso discurso "Yo tengo un sueño" en 1963. El creía, al igual que el padre del socialismo moderno, Karl Marx, en una sociedad en donde esperaríamos de cada uno según sus capacidades en donde invertiríamos en estas capacidades como nuestros recursos más preciosos y que rinde a cada uno según su trabajo. El creía que en un mondo en donde las armas pueden destruir a decenas de millones y millones, se puede y se tiene que encontrar un sendero pacífico al progreso, que la desobediencia civil masiva concretiza a un inmenso poder económico, político y moral, que tenemos que hacer todo dentro de nuestro poder para evitar pagar una vez más el precio pagado por la generación de la Gran Depresión y de la Segunda Guerra Mundial.

¿Tienen que ser ajusticiados los San Agustines de hoy? ¿Hay manera de convencerlos a retirarse del escenario? Ahora una vez más vamos a probar si esta nación, o cualquier nación así concebida y así dedicada a la libertad humana y a la democracia, puede sobrevivir a largo término sin el azote de guerra y violencia.

Imagen: Botín de guerra, fotomontaje (1932) por el artista antifascista alemán John Heartfield. Su arte tuvo como propósito conminarle al mundo del auge de Hitler y del nazismo. Apareció en una ilustración para el Arbeiter Illustrierte Zeitung, periódico del Partido Comunista Alemán.