Trabajadoras domésticas se organizan para luchar

WEST MILFORD, New Jersey — Ella llegó aquí desde Guatemala y consiguió un trabajo como trabajadora doméstica para una familia viviendo en su casa.

Su jornada empezaba a las 5:30 de la mañana y terminaba a la media noche, siete días de la semana. Ella cocinaba, limpiaba, velaba a los niños, hacía reparaciones en la casa y trabajaba en el jardín. Al principio ganaba $150 al mes, pero después su patrón dejó de pagarle.

Ellos se aseguraban que por lo menos uno de ellos estaba con ella cuando salía afuera de la casa. Esto incluía ir al supermercado local, la lavandería en seco, y cuando salía a comprar en los puestos de frutas y vegetales en el pueblo cercano de Warwick en Nueva York.

Aunque le dejaron de pagar ella se quedó con la familia porque no tenía donde ir. Ellos le decían, según ella, que se los dejaba sería arrestada y enviada de regreso a Guatemala.

“En realidad no sabía mejor”, ella dijo en una reciente entrevista. Ella nos pidió que no usara su nombre por ser una inmigrante indocumentada.

Un carpintero guatemalteco con residencia legal le habló un día en el supermercado. Conmovido por su situación, él y su esposa que nació en Estados Unidos la ayudaron a encontrar mejor empleo en una casa donde la tratan justamente. Su nuevo patrones, una familia de inmigrantes de India, en Wayne, Nueva Jersey, le pagan $15 la hora. Ella trabaja ocho horas al día por seis días a la semana.

Las trabajadoras domésticas no tienen ningún derecho legal a tiempo por horas extras, días libre pagados por enfermedad, vacaciones, seguro médico ni beneficios por heridas o enfermedades contratadas en el trabajo. Las inmigrantes entre estas muchas veces terminan con bajo pago o hasta como esclavas atrapadas en las casas de sus patrones.

Pero más y más estas trabajadoras está dejando el miedo y montando una lucha impresionante por sus derechos. Esta lucha han incluido demandas judiciales en contra de patronos abusivos, organizando grupos para luchar por remuneración justa, y hasta cabildeando a los oficiales públicos para que cambien las leyes que no les otorgan a estas trabajadoras los derechos laborales que la mayoría de los trabajadores en el país toman por dado.

El año pasado, en el Foro Social Estadounidense en Atlanta, trabajadoras domésticas inmigrantes formaron la Alianza Nacional de Trabajadoras Domésticas para luchar en favor de que cambien las leyes que les otorguen los derechos laborales básicos.

En Nueva York, la Alianza, compuesta de más de 20 organizaciones a través del país, celebró la primera conferencia en la historia de trabajadoras domésticas. Trabajadoras Domésticas Unidas, organización neoyorquina afiliada a la Alianza, está presionando a los legisladores del estado para que promulguen una Carta de Derechos para Trabajadoras Domésticas. Las trabajadoras viajaron a la capital, Albany, el 20 de mayo donde realizaron una manifestación para presionar a los legisladores.

Este proyecto de ley, se entra en vigencia, va a obligar por primera vez en EEUU que las trabajadoras domésticas reciban pago por horas extra, garantice un día de descanso a la semana, y que se notifiquen por adelantado si la van a despedir.

“Lo que esta ley hará es poner en lugar unas cuantas cosas básicas. Estamos hablando de respeto”, dijo Ai-Yen Poo, organizadora principal de Trabajadoras Domésticas Unidas que incluye a muchas trabajadoras del Caribe, Latinoamérica y África.

Los sindicatos fueron solidarios con las trabajadoras en su manifestación del 20 de mayo. John Sweeney, presidente de la AFL-CIO que es hijo de una trabajadora doméstica, habló de la experiencia que pasaban las trabajadoras como su propia madre. Él le dijo a la multitud reunida en Albany, “En esa época como hoy en día, quienes hace el trabajo doméstico son mujeres, aisladas en las casas donde trabajan, sin la protección laboral, vulnerable a violaciones de las leyes de salario mínimo y por tiempo extra. En esa época, como hoy, las trabajadoras domésticas era legalmente excluidas del derecho a negociar colectivamente. Entonces, como hoy, el trabajo doméstico era más bien una forma de esclavitud fina, y en muchos casos no tan fino”.

De acuerdo a las estadísticas gubernamentales hay 1,5 millones haciendo trabajo doméstico en EEUU. Es imposible tener un número preciso debido a que muchas de las trabajadoras están en el país sin papeles y muchas reciben salarios que no se reportan.

Las trabajadoras domésticas está organizando grupos de solidaridad para vencer el miedo y montar una lucha. Un tal grupo se reúne en el Centro Legal La Raza, organización pro derechos de los inmigrantes en San Francisco.

El grupo también ayuda a las mujeres encontrar nuevo empleo a través del centro laboral que tienen. Los patronos llaman al centro laboral de La Raza cuando necesitan contratar a alguien. Las trabajadoras registradas con el centro las mandan a sitios donde reciben salarios de entre $11 a $17 la hora y tienen garantizadas trabajar tres horas o $42 horas mínimo. También les proveen ayuda legal si es necesario.

Mujeres que vinieron de México y Centroamérica y que una vez vivían con temor y sin poder ahora aprenden hablar inglés, invitan a oradores que hablen de sus derechos legales y hasta organizan marchas y protestas, dicen los organizadores del centro.

El pasado marzo, 50 mujeres marcharon por las calles de atherton, California, voceando mientras pasaban las casas de los millonarios del Valle Silicón para apoyar a una trabajadora doméstica que estaba demandando a la pareja que la empleó por cuatro años.

Los medios locales de comunicación reportaron que la protesta era solidaria con Vilma Serralta de 68 años de edad. Serralta, ciudadana estadounidense, trabajaba 14 horas al día, seis días de la semana como niñera, cocinera, y ama de llaves por menos del salario mínimo legal en una casa cuyo costo fue de $17,9 millones. Serralta fue despedida cuando su patrón encontró huesos de pollo en una basurero en la mañana.

Una de las integrantes del grupo más activa es María, mexicana que quiso que la prensa use solo su nombre porque está trabajando para conseguir su residencia legal. Ella se mudó a San Francisco desde su país natal para trabajar para la familia que pago su entrada al país sin documentos. Ellos la mantuvieron virtualmente como una prisionera en la casa mientras que María cuidaba a una anciana de 78 años que estaba en silla de rueda. Sus patronos le pagaban solo $300 al mes pero enviaban su cheque a su familia en México y ella nunca veía su dinero.

María dijo que ella se avergonzaba hablar de su primer año en Estados Unidos. “Ahorita es que yo sé esta es la historia verdadera de tanta mujeres”, ella dijo, “y estamos peleando para poner fin a esa historia”.