Conmemora el mundo este 6 y 9 de agosto a una de las grandes tragedias del siglo XX: las muertes de por lo menos 200.000 civiles japoneses y las heridas devastadoras causadas a muchos miles más, incluso a generaciones posteriores, con el bombardeo nuclear a Hiroshima y Nagasaki.
Hoy, aunque exista un menor número de armas nucleares que durante la Guerra Fría, el arsenal nuclear mundial ya es bastante mayor y más poderoso que las bombas relativamente primitivas que provocaban tanta destrucción hace 66 años.
Casi milagrosamente, a pesar de la proliferación de armas nucleares durante casi siete décadas, estas no han sido utilizadas nunca en la guerra desde Hiroshima y Nagasaki. Pero esta buena suerte puede no durar para siempre.
En el 2011, además de los cinco poderes nucleares principales, EEUU, Bretaña, Francia, Rusia y China, se sabe que hay varios otros países ubicados en regiones menos estables del mundo que poseen estas armas, que quedan colgadas como espada de Damocles sobre la disputa a largo plazo entre la India y Pakistán. Resta el arsenal no reconocido de Israel en medio de un Medio Oriente repleto de tensiones. Y Corea del Norte ha resistido hasta el momento esfuerzos por animarla a abandonar a su programa de armas nucleares.
Además del potencial mortífero de las armas nucleares a la raza humana, han advertido los científicos en repetidas ocasiones de sus funestos efectos potenciales al clima y al medio ambiente. Hace 30 años platicaban Carl Sagan y colegas de un "inverno nuclear". Pronostican estudios más recientes que la detonación de apenas 100 armas de tamaño Hiroshima, o es decir, un 0,3 por ciento del arsenal mundial actual, pudiera bajar las temperaturas por todo el planeta, dañando a la capa del ozono y reduciendo los tiempos de cultivo agrícola, trayendo consigo a la hambruna masiva.
Si pudo producir un desorden tan generalizado la catástrofe de este año de la planta nuclear de Fukushima , Japón, un desastre con cantidades muchos menores de materiales nucleares de mucha menor potencia, resultarían inimaginables las consecuencias de una detonación de 100 bombas nucleares relativamente pequeñas.
Durante las últimas cuatro décadas conferencias internacionales bajo el Tratado de No Proliferación Nuclear han buscado comenzar un proceso de desarme y abolición final de las armas nucleares. Con firmar el pacto se comprometían los cinco estados nucleares principales a "perseguir negociaciones en buena fe" hacia el desarme nuclear y a firmar últimamente un "tratado de desarme general y completo".
A pesar de las metas esperanzadas del acuerdo, siguen siendo los arsenales inmensos, y el peligro enorme.
Como la única nación que jamás ha usado las armas nucleares en la guerra, EEUU tiene la obligación de ponerse a la vanguardia del desarme nuclear. Hablando en Praga hace más de dos años, se comprometió el presidente Obama a buscar un mundo libre de las armas nucleares. Marcaban muchos a la firma del tratado START en el año pasado como un primer paso hacia el desarme.
Pero la ratificación del tratado fue mantenido como rehén a la demanda por parte de varios senadores republicanos por dedicar gastos inmensos a la modernización del arsenal nuclear y los sistemas de entrega. El presupuesto que fue propuesto por la administración para 2012 busca gastar mucho más que $200 mil millones durante los próximos 10 años para este propósito.
Ya indican las encuestas de opinión pública que tres de cada cuatro norteamericanos quieren un mundo sin armas nucleares.
En estos momentos cuando el mundo recuerda las terribles tragedias de hace 66 años, a nosotros, el pueblo, ya nos toca demandar urgentemente a nuestro presidente y al Congreso que se pongan a la vanguardia para acabar para siempre con la amenaza de la destrucción nuclear.
Photo: Libero Della Piana/People's World