Eduardo Galeano a los pies de Su majestad, el fúbol

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La Habana (PL) El escritor uruguayo Eduardo Galeano vive enclaustrado por voluntad propia entre las cuatro paredes de su casa, a cuya puerta hay un aviso que advierte "cerrado por futbol, valido por igual para amigos, periodistas y curiosos impenitentes.

Su reclusión voluntaria comenzó el mismo día en que despegó la Copa Mundial de Suráfrica y durará hasta que termine ésta. En ese lapso, no es más que un habitante del Planeta Pelota, como el mismo afirma, atento sólo a las tranmisiones de los partidos por televisión, con el resguardo de una "cervecita bien fría", como salvoconducto.

Es descendiente directo de una de esas generaciones de uruguayos nacidos casi al pie de un balón en perenne movimiento, del cual se nutrió junto con la leche materna. Soy futbol-adicto, declaró en una reciente entrevista, "siendo un bebé, mi padre me llevaba al estadio".

Creció entre el sudor y el estallido de una goleada, de la pelota errabunda, frenada en su viaje hacia la portería, zarandeada, vilependiada, amada, interceptada, irremediablemente victoriosa o perdida.

Como una consecuencia natural, cando pudo pararse firme en sus dos piernas, empezó a darle duro al balón, a acariciarla o maldecirlo en los partidos de barrio hasta comprender que no era más "que un pata de palo, un chambón". Entonces abandonó para siempre ese juego en favor de otro no menos fascinante, el de las palabras, sometidas a golpes de talento, imaginación y "horas-nalga".

Quien lo conozca, sabe que con él no es posible contar cada vez que un Mundial asoma su rostro tentador y el planeta Tierra comienza a girar bajo su seducción, como el amor, según Dante, hacía girar al sol y las estrellas. "Me meto en una pelota, asegura, y de ahí no salgo hasta que termina la Copa".

Son días perdidos, y a la vez ganados, para escribir. Habría que ver si esa misma regla rige, durante ese tiempo, para el amor.

En 1995 su pasión de futbol-adicto encontró cauce en la literatura con su libro El fútbol a sol y sombra, que no lo abandona desde esa fecha y se renueva, actualizado, tras cada Mundial.

Una vez, el fallecido escritor Mario Benedetti, confió a Prensa Latina su intención de escribir una novela sobre ese deporte que cada uruguayo lleva consigo "en la masa de la sangre", dijo, como un fuego vivo cuya explosión mayor ocurrió en el año inolvidable de 1930, el año del Maracanazo cuando, contra todo pronóstico, Uruguay hizo polvo al poderoso equipo brasileño en sus propios predios, el estadio de Maracaná.

Galeano también está marcado por ese hito y encontró con su libro el filón propicio para rendir culto al balón con el que juega, ahora, desde una magia distinta, la de la palabra, esquiva y dócil a la vez como un balón flotando sobre el terreno.

Desde ese dominio encuentra las imágenes precisas para dibujar sus recuerdos y confesar limpiamente:. Me gustaría escribir como jugaba Julio Abbadie . Me gusta ese fútbol, el de las orillas, el del wing, que en inglés significa "ala". Abbadie era un hombre con alas

O para rendir tributo a Garrincha, a quien vio jugar dos veces en Río de Janeiro. Era como ver a Chaplin en la cancha, opina, y lo consagra.

Aunque sus simpatías están del lado de Argentina en este Mundial, por la riqueza de su plantel, afirma, Galeano se autodefine, sobre todo, como un fanático devoto del buen fútbol, más allá de querencias personales.

Lo que lo atrae, como un imán y lo arrastra en su vorágine es esa fiesta visual, ese "prodigio de hermosura que es el fútbol". Es lo que espera de cada Copa, como esta a la que abre puertas ahora desde la intimidad de su casa.

Prensa Latina

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